sábado, 15 de agosto de 2009
UNIFICACIÓN DE BLOGS (VII): TU CASA ES DONDE TE QUIEREN
UNIFICACIÓN DE BLOGS (VI): COSAS DE LA CASUALIDAD
La concatenación de estos sucesos comenzó el viernes de la semana pasada, cuando mi prima me pidió ayuda para realizar un resumen del capítulo que le había tocado en suerte del libro que está leyendo toda su clase. Mi prima va a 1º ESO, y como a la mayoría de los chavales de su edad, no le llama especialmente la atención el negro sobre el blanco. Una pena, por supuesto, imagino que una pantalla de colorines con marcianitos dando saltos o una conversación superficial en el messenger les resultan más atractivas. También he de reconocer que el libro tenía un nivel un pelín elevado para su edad, o al menos conforme está el patio. Mi prima acudió puntualmente el sábado con su libro y un lápiz (mucho más puntual que yo, que me quedé dormida), y comenzó con la lectura de un fragmento ciertamente interesante, pero que al interrumpir cada dos por tres para preguntar el significado de varias palabras se hizo casi eterno. Lo graciosos fue que al final de la lectura mi prima se declaró pillada por la historia (si es que es lo que tienen algunos libros...). Casualmente, mi hermana le dijo que cuando estaba en la ESO le pasó algo parecido con otro libro que al final le encantó, "Caperucita en Manhattan". Lo sacó de su lugar en la estantería para mostrárselo, y cuando mi prima se marchó, el libro quedó abandonado por ahí. Como casi todo lo que tenga letras es un reclamo para mí, lo rescaté y comencé a hojearlo. Me llamó la atención un apartado al final, en el que se recomendaban otros libros relacionados con la temática de "Caperucita en Manhattan". Dos de ellos pertenecían a Erich Fromm, un pensador de origen alemán; eran "El miedo a la libertad" y "El arte de amar". Me hice con los dos y los miré por encima.
En "El arte de amar" encontré la teoría de Fromm sobre el amor, basado, según él, en una comunicación entre seres libres e iguales (además de un jugoso texto sobre el capitalismo y el consumismo que mis alumnos de ética tuvieron que padecer). Dejaba fuera de la definición de amor las relaciones en que uno de los miembros se erigía como "protector", "guía" o "señor" del otro, y en la cual el otro se siente siempre en relación de inferioridad. También excluía las relaciones "mercantilistas" en las que una persona busca a otra que comparta sus mismos "intereses" (curiosa palabra para usar cuando hablamos de amor), tenga gustos parecidos y que lo "enriquezca" en la misma medida en que ésa persona lo hace. Es decir, un "toma y daca", yo hago esto por ti si tú haces lo otro por mí. De esa manera, voy por el mundo buscando a alguien que reúna varias de mis condiciones al mismo tiempo que sea accesible dada mi situación en el mercado sentimental (¿quién no ha oído nunca la frase "es que él/ella no puede aspirar a alguien más..." ? En los puntos suspensivos van adjetivos como guapo/-a, inteligente... e incluso rico/-a). Pues bien, según Fromm, nada de esto sería amor. El amor simplemente sería una comunicación de la intimidad a otra persona que nos comunica la suya y, por supuesto, en la aceptación total de la otra persona. En los dos primeros casos, según Fromm, nunca conoceríamos el verdadero interior de la otra persona, su "yo" especial y único, y por tanto, no podríamos superar la sensación de soledad que nos amarga la vida cotidiana.
La comunicación, el diálogo... ¡Qué lejos quedan! Con nuestras prisas, nuestra ansia por conseguir las cosas ya, rápidamente, nuestra manía de encasillar a los seres, al igual que a las cosas, en las categorías de "útiles" o "inútiles"... esa falta de verdaderos contactos, de verdadero amor (o de verdadera amistad) es lo que, según mi opinión, nos desmorona a diario, y al mismo tiempo, desmorona a la sociedad.
(Manolo García)
jueves, 6 de agosto de 2009
UNIFICACIÓN DE BLOGS (V): LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA, UN CUENTO SOCIAL
Eros Ramazzotti
Cantaba aquella canción como si estuviera contando un cuento, y salía de mí fluida, pues esa historia había pasado a formar parte de mi persona, sencillamente me encantaba. Años después, fue una de las historias que escogí para contarle a mis alumnos en uno de esos días tontos de finales de trimestre, y para proponer a partir de ella un juego de cadena de cuentos de esos que acaban en una sarta de disparates por la transmisión de boca en boca.
Cuando tras hacer un cursillo de cuentacuentos, tuve que hacer mi debut como narradora oral, en seguida pensé en "La máscara de la muerte roja" para contar a mi auditorio. Al final conté otro, porque había niños, pero en su preparación escribí un análisis del relato en el que me percaté de sus afinidades con la ideología bajomedieval que inspirabab las danzas de la muerte, la muerte niveladora, que se lleva tanto al rey como al campesino.
Me sorprendió que los personajes del príncipe Próspero y sus amigos no son tratados con benevolencia en el relato, no llegan a caer bien al lector. Se los caracteriza con mucha ambigüedad, con una adjetivación desconcertante, combinando los adjetivos positivos con otros que pueden tener una lectura diferente y peyorativa.
- Próspero: feliz, intrépido, sagaz, excéntrico, majestuoso, amor por lo extraño, gustos singulares, planes audaces y ardientes, ¿loco?, osado, robusto, enloquecido por la rabia y la vergüenza de su momentánea cobardía.
- Amigos de Próspero: robustos, desaprensivos, frenética concurrencia.
- Disfraces (aprobados por el príncipe): grotescos, brillantes, esplendorosos, picantes, fantasmagóricos, figuras de arabesco, incongruentes, fantasías delirantes como las que aman los maníacos, hermosos, extraños, licenciosos, terribles, repelentes, "una multitud de sueños", asamblea de fantasmas, mascarada desenfrenada.
Este aspecto del relato me sorprendió desde la primera ocasión en que lo leí, y siempre me pregunté por el motivo de este tratamiento de los "buenos". Tal vez un fragmento del texto lo explique: "Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar al contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto, era locura afligirse o meditar. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja". ¿Es tal vez ese Carpe Diem, esa indiferencia ante el horror de la enfermedad y la desgracia del prójimo lo que Allan Poe castiga con esta adjetivación ambigua y poco amable?
La impresión que el relato da al lector es de que tanto el príncipe como sus amigos escapan de la Muerte Roja por los privilegios de su extracción social, y tras leer los detalles de la fortificación tras la que se ocultan, nace junto al inicial sentimiento de alivio, una vaga sensación de injusticia, que se va acrecentando poco a poco. Hay algo muy sórdido en la manera en que Próspero y sus amigos escapan de la epidemia, de la horrible plaga que asola el país. Son un club de escogidos que, gracias a sus riquezas, se entregan a todos los placeres y escapan del horror, dejando fuera a todos los desdichados que no gozan de la amistad del príncipe. Resulta desalentadora la frase ya mencionada: "Que el mundo se las arreglara por su cuenta; entretanto, era locura afligirse o meditar"
De esta manera, el príncipe, cuyo deber es velar por el bienestar de su pueblo, buscar una solución a la plaga o intentar poner a sus súbditos a salvo, los abandona y se entrega al placer de su búnker personal con sus amigos. Es robusto, intrépido y sagaz, pero no usa ninguna de sus cualidades en el bien común, sino en su propio y egoísta beneficio. Y, por supuesto, no actúa como un abnegado héroe.
A mi entender, la irrupción de la Muerte Roja en la fiesta es una especie de elemento "nivelador", como se solía representar en las danzas de la muerte medievales: del rey al mendigo, todos eran iguales ante la gran niveladora. La Muerte Roja logra imponer la terrible justicia al final del cuento, y aunque cause terror o desaliento, en el fondo, el lector agradece esta justicia, el hecho de que los ricos, los poderosos, los que se sienten por encima del resto, no se salgan finalmente con la suya.
UNIFICACIÓN DE BLOGS (IV): EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
No podían creer que aquello pudiera estar pasando de verdad. Ésa fue la reacción generalizada de los alumnos que visualizaron "Las tortugas también vuelan". No les culpo: aunque yo no dudé de la autenticidad de los hechos que se relatan en la película, comprendo que es difícil aceptar que la realidad pueda llegar a ser tan cruda y despiadada.
"Las tortugas también vuelan" es una película del kurdo Bahman Ghobadi que se alzó con la Concha de Oro del último festival de cine de San Sebastián. Narra la vida diaria de unos niños kurdo-irakíes en un campo de refugiados de la frontera turca. Las condiciones de vida son duras y lamentables, y para "ganarse la vida" estos pequeños se dedican a desenterrar minas antipersona (creo que se entiende porqué he puesto lo de ganarse la vida entre comillas) que después venden o cambian en el mercado negro de las armas. Muchos de ellos están gravemente mutilados: a Pasheo le falta una pierna; a Hangao, los dos brazos. Pero ni la situación de penuria en la que viven ni sus deficiencias físicas les impiden jugar, demostrar auténtica alegría o sentir los primeros amores adolescentes. El mayor exponente de este optimismo es Satélite, un muchacho experto en instalación de antenas de televisión que intenta mantener informadas a las gentes del campo de refugiados de la tensa situación internacional. Satélite es el líder de los chavales del campo en su recogida diaria de minas antipersona y quien habla con los jefes del campo con un desparpajo que pone la nota de humor al film. Sus intentos de conquistar el amor de Astrin resultan enternecedores (las miradas de embobamiento que le lanza a la muchacha son de fábula).
Sin embargo, una historia ambientada en las semanas previas a la invasión americana de Irak, en un clima de expectación permanente por parte de un pueblo perdedor (los kurdos fueron perseguidos con saña por Sadam Hussein) no puede ser optimista. Al contrario, resulta de una crudeza escalofriante. Astrin es el rostro de la tragedia: llega al campamento tras huir del pueblo en que mataron a sus padres. Va acompañada de dos niños, Hangao y Rega, a los que parece unirla una relación fraterna. Hangao carece de brazos, Rega está ciego. Conforme se suceden los acontecimientos, nos enteramos del oscuro secreto de Astrin: Rega no es su hermano, sino su hijo, fruto de la violación de un soldado irakí. Entonces se comprende... su mirada cargada de tristeza, su comportamiento hosco, su rechazo a Satélite, los intentos reiterados de abandonar a Rega, sus fantasías de suicidio, y el terrible deselance de su historia.
Mi personaje favorito, Hangao. Su entereza a toda prueba lo convierte en el héroe de la pelicula. Hangao no tiene brazos, pero con una habilidad única y un valor que no dudaríamos en catalogar de temeridad, desentierra minas antipersona con la boca. Además, posee el don de la premonición, y sus premoniciones le llegan en apocalípticas visiones. Yo no imagino peor maldición que ver el futuro en su situación. Como un trasunto de la mítica Casandra, Hangao ve un terrible y desesperanzador porvenir que no puede cambiar (al igual que la desgraciada hija de Príamo veía la caída de su amada Troya sin poder hacer nada por impedirlo). Su valor y su determinación de seguir hacia adelante resultan estremecedores.
A pesar de las terribles verdades que cuenta, la película es hermosa. Los paisajes son muy bellos: el campo de refugiados jalonado de armas herrumbrosas, los cielos nublados, las desoladas llanuras... introducen al espectador en un ambiente casi onírico, de una melancolía muy acorde con los hechos relatados. Cabe destacar también la actuación de los niños, que no son actores profesionales, sino auténticos habitantes del pueblo en que se rodó, kurdos, realmente mutilados, huérfanos. Tal vez por ello sean capaces de transmitir esa tristeza tan honda en sus miradas.
La película permaneció en mi memoria varios días después de verla, transmitiéndome interrogantes incómodos, cuestiones a las que no sé encontrar respuesta. Por ejemplo, ¿Qué tiene Occidente qué decir a esto? ¿Podríamos juzgar tranquila y cómodamente las motivaciones de estos niños desde nuestros planteamientos acomodaticios y en demasiadas ocasiones claramente dogmáticos? La última escena es tal vez la mejor respuesta: Los americanos "salvadores" llegan al campo de refugiados y Satélite, que antes los idolatraba, se aleja sumido en un silencio amargo y desengañado.
(ISMAEL SERRANO)
lunes, 3 de agosto de 2009
SERES DE LEYENDA (II): LA LLORONA
Dicen que no tengo duelo, llorona
porque no me ven llorar.
Hay muertos que no hacen ruido, llorona,
y es más grande su penar.
¡Ay de mí, llorona!
llorona de azul celeste.
Y aunque la vida me cueste, llorona,
no dejaré de quererte.
Éstas son sólo dos estrofas de una canción sudamericana, la canción de La Llorona. Es un tema de raíces populares con innumerables versiones y aún más estrofas, muchas de ellas fruto de la inventiva de la gente común, una de esas canciones que pueden crecer y crecer a gusto del cantor.L
En casi todos los países de Centroamérica y muchos de Sudamérica se conoce el mito de la Llorona. Es una leyenda de raíces precolombinas, pero que comenzó a asentarse a partir de la conquista española en la forma que lo conocemos actualmente.
LA LEYENDA DE LA LLORONA
A mediados del siglo XVI, el antaño poderoso Imperio Azteca había sido conquistado por los españoles. Los vecinos de la antigua Tenochtitlán, la ciudad de México, se encerraban en sus casas tras el toque de queda. Fue entonces, coincidiendo con las noches de luna, que comenzaron a escuchar un prolongado y estremecedor lamento a eso de la medianoche. Aquel grito de angustia paralizaba los ánimos y los llenaba de terror.
Algunos, los más valientes – o los más locos – decidieron averiguar qué o quién emitía esos angustiosos lamentos. Sólo pudieron ver a una mujer de largos y desordenados cabellos, vestida de blanco y con un velo también blanco ocultando su rostro. Comprobaron que la misteriosa mujer vagaba por las calles hasta la Plaza Mayor y allí, mirando hacia el oriente, se arrodillaba y lanzaba el último y aterrador lamento, que helaba la sangre en las venas. Luego, puesta de nuevo en pie, continuaba caminando hacia el este, para desvanecerse al llegar a la orilla del lago.
Los lugareños intentaron explicar estos extraños sucesos y, sobre todo, el origen de la terrible pena de aquella mujer, y de esas explicaciones surgió la leyenda.
la Llorona era una bella mujer indígena que fue cortejada por un caballero español. Se enamoró locamente de él y juntos tuvieron varios hijos, pero él nunca le pedía matrimonio.
Un día, el caballero le dijo que volvía a España para casarse con una mujer española, una rica heredera que seguramente convenía más a sus intereses que la dulce pero pobre mujer indígena; además, se llevaría a sus hijos consigo.
La joven perdió la razón, y en un acceso de rabia, cogió a los niños y se los llevó al río, donde los ahogó. Después, según algunas versiones, murió de pena y dolor; según otras, se suicidó.
Al llegar a las puertas del Cielo, S. Pedro le dijo que podía entrar, porque había sufrido mucho, pero que antes debía rescatar las almas de sus hijos ahogados. Por eso, la Llorona vaga por el mundo llamando a sus hijos lastimeramente, y gritando “¡Mis hijos, mi hijos!”. A veces, cuando llega a un río o a un lago, busca con sus largos dedos en el fondo fangoso.
Por eso, los niños pequeños no deben acercarse a los ríos o lagos, porque la Llorona podría confundirlos con sus hijos y llevárselos.
Sin embargo, existen también otras versiones:
Algunas personas creen que la Llorona es el alma de la Malinche, una india que ayudó a Hernán Cortés en su conquista de México. Según esta leyenda, su alma condenada por la traición a su puebl vagaría por el mundo lamentándose. También podría ser una diosa azteca que llora por los indígenas, sus hijos, conquistados por los españoles.
En Chile, la Llorona, llamada Pucullén, es una mujer a la cual arrebataron su hijo pequeño. Anuncia la muerte y muestra a los difuntos el camino al Otro Mundo.
Según las leyendas costarricenses, la Llorona era una joven que quedó embarazada sin haberse casado y por eso abortó y lanzó a su hijo al río.
En Panamá, es una mujer jovial y amante de las fiestas y los bailes. Cuando se casó, su marido le prohibió volver a salir de fiesta. Pero cuando él se fue de viaje de negocios, aprovechó para irse a bailar. Como no tenía con quien dejar su bebé, se lo llevó colgado a la espalda. El niño le pesaba mucho, así que resolvió dejarlo a la vera del camino, bajo un mango, y recogerlo a la vuelta. Sin embargo, se desató una gran tormenta, y la riada arrastró al niño hacia el río, donde murió ahogado. La joven fue maldecida por Dios por su irresponsabilidad, transformada en un monstruo horrible y condenada a vagar por toda la eternidad buscando a su hijo.
En otras historias, la Llorona es una novia que muere antes de la boda y le trae a su prometido su corona de flores desde el otro mundo, una mujer que persigue a los maridos infieles, una dulce joven asesinada por su celoso esposo o incluso el espíritu protector de la selva.
De todas estas historias se desprenden sentimientos de venganza, expiación de terribles pecados, dolor e incluso reparación de las injusticias, unos sentimientos presentes en la historia de todos los pueblos, y que en Sudamérica cristalizaron en una joven llorosa, traicionada, culpable y arrepentida, vestida de blanco, errante por el escenario de sus desdichas.
Según algunas, sólo puede ver a la Llorona una persona que esté muy cerca de la muerte o con habilidades especiales relacionadas con el mundo de los muertos. Incluso se afirma que los animales son más perceptivos en este caso: los perros aúllan lastimeramente cuando ella está cerca. Esta creencia enlazaría con la superstición que afirma que el aullido de un perro en la noche anuncia la muerte. La tradición que atribuye a los perros mayor poder de percepción explicaría la creencia de que si una persona se frota los ojos con lágrimas de perro – ciertamente difíciles de conseguir – podrá ver a la Llorona.
Otras leyendas nos previenen en contra de esa curiosidad, llegando a afirmar que si alguien ve a la Llorona, su alma vagará perdida toda la Eternidad, aunque también la tradición nos da un remedio para esto: si vistes ropa del revés, la Llorona no podrá llevarse tu alma.
MEDEA, ¿LA PRIMERA LLORONA?
Existe un mito griego que guarda un sorprendente parecido con la leyenda de la Llorona, y es el de Medea.
Medea era una maga, hija del rey de la Cólquida. Cuando el guerrero griego Jasón le solicitó al rey el Vellocino de Oro, el padre de Medea le tendió numerosas trampas para evitar que se apoderara de él. Medea, sin embargo, ayudó a Jasón a conseguir el Vellocino aún a costa de la vida de su hermano, y luego huyó con él. Se casaron y tuvieron dos hijos, pero luego él renegó de ella, la despreció y se casó con otra joven princesa.
Enfurecida y totalmente fuera de sí al sentirse traicionada, Medea regaló a la novia una capa embrujada que la ahogó, y como venganza contra Jasón, mató a sus dos hijos.
Resulta curioso cómo dos tradiciones tan dispares y lejanas como la griega y las precolombinas puedan tener mitos tan parecidos y próximos entre sí.
Dentro de esta tradición se incluye leyendas urbanas como la de la Chica de la Curva y leyendas locales de novias muertas antes de casarse o mujeres maltratadas o traicionadas que aún buscan venganza.
Existen incluso ejemplos en la literatura y en el cine, como la leyenda La promesa, de Bécquer, en la que una novia, muerta de pena ante la marcha de su amado a la guerra, lo aguarda con la mano fuera de la tumba, a la espera del anillo de matrimonio que nunca le puso. También Tim Burton versionó una leyenda judía en su famosa película de animación La novia cadáver, demostrando la influencia que los cuentos y tradiciones antiguas pueden tener aún en nuestra vida y en nuestro imaginario común.
LOS HIJOS DE HÚRIN: LA TRISTEZA HECHA LIBRO
SERES DE LEYENDA (I): LOS VAMPIROS
Muertos vivientes, seres de ultratumba que se alimentan de la sangre de los vivos… Los vampiros han estado presentes en todas las culturas, y a lo largo de todos los tiempos. Hay, por ejemplo, un vampiro africano, el asanbosan, el bichohindú, un vampiro de la zona de Centroamérica, o las Tlaciques, las brujas vampiresas de México.
Proceden, sin duda, del terror humano ante la muerte, y ante la posibilidad de que los muertos vuelvan del otro mundo para atemorizar a los vivos o, peor aún, para robarles su energía vital. Esa obsesión, convertida y transformada en múltiples supersticiones, se ha traducido en infinidad de prácticas y de terrores colectivos, desde la costumbre de algunos pueblos antiguos de colocar una piedra sobre la cabeza de sus difuntos para impedirles volver al mundo de los vivos, hasta las historias de fantasmas o los rituales para ahuyentar a los espíritus, existentes en todo el mundo.
Sin embargo, de todos los seres terroríficos que la fantasía nos da, el vampiro sigue siendo uno de los más atractivos entre el gran público. Se debe a que, a pesar de que un vampiro puede ser terrorífico y de aspecto desagradable, también puede presentarse bajo la forma de un ser irresistiblemente apuesto, que vence a su víctima con una sola mirada. Este aspecto dota de un halo de erotismo y romanticismo a las historias de vampiros, y las convierten así en unas de las más exitosas de entre todas las historias de terror.
¿CÓMO SON LOS VAMPIROS?
En todas las historias se describe al vampiro con las siguientes características:
- Aspecto pálido, dando a entender su condición de no-muerto: ni vivo ni muerto.
- Colmillos de gran tamaño, que usarían para atacar a sus víctimas, a las que morderían en la yugular.
- Ojos enrojecidos.
- Uñas largas.
Aparte de todos estos rasgos físicos, se supone que los vampiros están dotados de una rapidez y una fuerza sobrehumanas. Pueden convertirse en animales, normalmente murciélagos, lobos, cuervos, etc., y presentarse en forma de neblina. Duermen en sus ataúdes, de las que salen todas las noches para buscar sangre.
Los vampiros temen la luz del sol y el agua, así como los objetos sagrados (cruces, rosarios, etc.) y sienten repugnancia ante el olor de los ajos. Además, no pueden entrar en una casa si no son invitados, y no se reflejan en los espejos, puesto que carecen de alma.
Según la creencia más extendida, para matar a un vampiro es preciso atravesarle el corazón con una estaca, decapitarlo y quemar sus restos.
Para mucha gente, el nombre de Drácula es sinónimo de vampiro. Sin embargo, la figura de Drácula que todos conocemos es reciente, reinventada a partir de la novela del mismo título de Bram Stoker. Para escribir su novela, Stoker sí se basó en un personaje real, Vlad Tepes.
Vlad Tepes fue un príncipe de Transilvania, en la actual Rumania, que hizo frente a los turcos. Se le consideraba un guerrero valiente, pero también inmisericorde. Torturaba y mataba a sus prisioneros de las maneras más crueles. De hecho, se ganó el apelativo de Vlad “el Empalador”, por su costumbre de empalar a sus víctimas. Se dice que llenaba campos enteros con enemigos clavados en estacas. El espectáculo de cientos de sus compañeros muertos de aquella manera debía de amedrentar a los ejércitos rivales. Existen algunas leyendas que narran como su cadáver, al abrir el ataúd años después de morir, había desaparecido. Ese rumor creó la leyenda del vampiro, la que aprovechó Bram Stoker para escribir su libro, “Drácula”. Sin embargo, no todos los rumanos estuvieron de acuerdo con la imagen que Stoker daba de Vlad Tepes. Para ellos, Vlad era un héroe que había luchado contra enemigos invasores, algo así como El Cid en España.
Numerosos documentos nos hablan de la existencia de personas de carácter cruel y con una desmedida apetencia por la sangre humana, considerados vampiros por sus conciudadanos. Asimismo, también están documentadas supuestas “epidemias vampíricas”, lo que creó la leyenda de que aquel que era mordido por un vampiro se convertía también en vampiro. ¿Existen entonces estas criaturas? ¿Són sólo una creación de la fantasía popular o tienen una base real?
Algunas investigaciones médicas han identificado dos enfermedades como “males vampíricos”, es decir, enfermedades cuyos síntomas podrían hacer que una persona fuese considerada un vampiro: la rabia y la porfiria. La primera, por su modo de transmisión, a través de una mordedura. La segunda, un trastorno sanguíneo que provoca anemia crónica, palidez de la piel y fotosensibilidad (poca resistencia a la luz solar); el cuadro anémico provocaría el gusto por la sangre. Ambas enfermedades suponen a menudo trastornos mentales, lo cual explicaría los comportamientos crueles de las personas consideradas vampiros.
LOS VAMPIROS EN LA LITERATURA, EL CINE Y LA TELEVISIÓN. VAMPIROS “MALOS” Y VAMPIROS “BUENOS”
Al principio, el tipo de vampiro que reflejaban estas producciones era muy parecido al descrito por Stoker: seres crueles y seductores, que únicamente ansiaban saciarse de sangre humana. Así, en 1922, se rodó una película de cine mudo titulada Nosferatu, que se ha convertido en todo un clásico por el aspecto terrorífico de su protagonista y el ambiente claustrofóbico que creaban los encuadres de la cámara y las técnicas de rodaje utilizadas. En esa misma línea, se rodaron varias películas sobre el personaje de Drácula interpretado por el actor húngaro Bela Lugosi – considerado por algunos críticos como el que mejor ha encarnado el mito del conde transilvano – y el inglés Christopher Lee.
Sin embargo, esa figura inicial del vampiro ha ido cambiando, y la fantasía de los creadores – novelistas, guionistas y directores de cine – la han modificado sustancialmente, convirtiendo al vampiro en un ser atormentado, presa de una terrible maldición que trata de superar. Así, en Entrevista con el vampiro, basado en la trilogía de Anne Rice Crónicas vampíricas, Louis – interpretado en la película por Brad Pitt – odia aquello en lo que se ha convertido y hace lo imposible para evitar beber sangre humana.
En la misma línea, la escritora Stephanie Meyer ha publicado recientemente una trilogía (Crepúsculo, Luna Nueva y Eclipse) en la que una joven humana, Bella, se enamora de Edward, un atractivo vampiro de diecisiete años que no bebe sangre humana y que ama profundamente a Bella, llegando incluso a salvar su vida en varias ocasiones.
El vampiro ha sido incluso adaptado al público infantil, como sucede con la obra de la escritora alemana, Angela Sommer-Bondenburg, El pequeño vampiro. En ella, un niño vampiro, Rüdiger, se hace amigo de un niño humano, Anton Bhonsack. Ambos protagonizan multitud de aventuras en las que Anton conoce a la disparatada familia de Rüdiger, y en las que tratan de salvar a los vampiros de la amenaza del vigilante del cementerio, un cazavampiros, el “malo” en esta historia.
Los vampiros “buenos” han colaborado con los cazavampiros para atrapar a sus malvados congéneres o a cualquier otro engedro del mal, o incluso lo han hecho ellos mismos, como el personaje de Ángel en Buffy cazavampiros o, más claramente, en Blade. También Selene luchará contra los de su raza en Underworld, una de las últimas revisiones del mito vampírico.
Independientemente de si son tratados como monstruos sanguinarios y seductores o como seres torturados de bondadosos adentros, los vampiros siguen llenando nuestra fantasía y nuestras pesadillas, y ocupan un lugar de honor en la galería del terror, en las leyendas que aún nos estremecen.
viernes, 24 de julio de 2009
EL IRREMEDIABLE RETORNO DE LOS RECUERDOS OLVIDADOS
martes, 23 de junio de 2009
MIENTRAS HAYA ESPERANZAS Y RECUERDOS, ¡HABRÁ POESÍA!
Sin embargo, a mí Bécquer me sigue emocionando, y tiene el honor de haberme hecho llorar con una de sus rimas. Es éste un gran mérito: yo no soy para nada de lágrima fácil, y la poesía suele dejarme bastante fría, pero su rima cuarta pudo conmigo.
En el libro de Lengua de séptimo curso de E.G.B. (1º E.S.O. desde la reforma LOGSE) nos venía la Rima Cuarta de Bécquer a doble hoja, en letra grande, al principio y al final del libro. Era una muy buena idea: comenzar el poema al comenzar el libro y dejar al lector atrapado a media rima, obligándolo a seguir la pista y probar suerte al final del libro para encontrar la segunda parte en que había sido dividida.
Desde el principio me encantó el tema del poema, la Poesía en sí, y el ritmo creciente que te atrapaba cuando lo leías en voz alta. El curso terminó, y yo guardaba un afecto especial por aquel libro de Lengua, que contenía aquella rima tan hermosa.
Una mañana de sábado, tal vez un año o dos después, la recordé y le dije a mi madre que le iba a leer un poema. Comencé mi cometido con voz clara, marcando las pausas, y una vez más me atrapó su ritmo in crescendo y las poderosas imágenes que Bécquer utiliza, su afán reivindicativo de un arte que no siempre he podido comprender, y aún menos practicar. Cuando la rima desgranaba sus últimos versos, la emoción se me subió a la garganta y se me truncó la voz. Tuve que interrumpir el recitado, llorando a lágrima viva. Era la primera vez que lloraba recitando un poema. Imagino que habré llorado más veces, pero ya no las recuerdo. Sólo aquella primera vez permanece indeleble en mi memoria.
A pesar de mi buena memoria, nunca me he aprendido la cuarta rima. A veces me pregunto si no será una estratregia de mi mente, que rehúye sentirse inmersa otra vez en aquel huracán emotivo tan profundo; tal vez sea un afán de mantener el misterio que oculta este poema, porque, ¿quién sabe si a base de repetir sus versos en un monótono aprendizaje memorístico, estos perderán su magia, su primigenio poder de emocionar?
Lo ignoro, pero a pesar de no saberla recitar (todavía), os la dejo aquí, para que os abandonéis al encanto insondable de sus versos.
Tan sólo me resta decir: ¡Gloria a Bécquer!. Mientras existan almas sensibles y geniales como la suya, ¡habrá poesía!
mientras el aire en su regazo lleve