martes, 23 de junio de 2009

MIENTRAS HAYA ESPERANZAS Y RECUERDOS, ¡HABRÁ POESÍA!

Éste es un pequeño homenaje a mi poeta. Así llama Joan Manuel Serrat a Antonio Machado y a Miguel Hernández. Mi poeta es Gustavo Adolfo Bécquer. Tal vez eso no diga nada demasiado bueno sobre mi afición a la poesía: quien más, quien menos, hilvana algunos versos de "Volverán las oscuras golondrinas" o queda como un rey con "¿Qué es poesía?/dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul./ ¿Qué es poesía?/ ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía eres tú." Son versos tan manidos, usados y reutilizados, que parece como si hubieran perdido su estátus de poesía culta, poesía de la buena.



Sin embargo, a mí Bécquer me sigue emocionando, y tiene el honor de haberme hecho llorar con una de sus rimas. Es éste un gran mérito: yo no soy para nada de lágrima fácil, y la poesía suele dejarme bastante fría, pero su rima cuarta pudo conmigo.


En el libro de Lengua de séptimo curso de E.G.B. (1º E.S.O. desde la reforma LOGSE) nos venía la Rima Cuarta de Bécquer a doble hoja, en letra grande, al principio y al final del libro. Era una muy buena idea: comenzar el poema al comenzar el libro y dejar al lector atrapado a media rima, obligándolo a seguir la pista y probar suerte al final del libro para encontrar la segunda parte en que había sido dividida.


Desde el principio me encantó el tema del poema, la Poesía en sí, y el ritmo creciente que te atrapaba cuando lo leías en voz alta. El curso terminó, y yo guardaba un afecto especial por aquel libro de Lengua, que contenía aquella rima tan hermosa.


Una mañana de sábado, tal vez un año o dos después, la recordé y le dije a mi madre que le iba a leer un poema. Comencé mi cometido con voz clara, marcando las pausas, y una vez más me atrapó su ritmo in crescendo y las poderosas imágenes que Bécquer utiliza, su afán reivindicativo de un arte que no siempre he podido comprender, y aún menos practicar. Cuando la rima desgranaba sus últimos versos, la emoción se me subió a la garganta y se me truncó la voz. Tuve que interrumpir el recitado, llorando a lágrima viva. Era la primera vez que lloraba recitando un poema. Imagino que habré llorado más veces, pero ya no las recuerdo. Sólo aquella primera vez permanece indeleble en mi memoria.


A pesar de mi buena memoria, nunca me he aprendido la cuarta rima. A veces me pregunto si no será una estratregia de mi mente, que rehúye sentirse inmersa otra vez en aquel huracán emotivo tan profundo; tal vez sea un afán de mantener el misterio que oculta este poema, porque, ¿quién sabe si a base de repetir sus versos en un monótono aprendizaje memorístico, estos perderán su magia, su primigenio poder de emocionar?


Lo ignoro, pero a pesar de no saberla recitar (todavía), os la dejo aquí, para que os abandonéis al encanto insondable de sus versos.


Tan sólo me resta decir: ¡Gloria a Bécquer!. Mientras existan almas sensibles y geniales como la suya, ¡habrá poesía!




RIMA IV


No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas;
pero siempre habrá poesía.


Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!


Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!


* La fotografía lleva por título "Luz de esperanza", de José Javier García del Ser*