jueves, 6 de agosto de 2009

UNIFICACIÓN DE BLOGS (V): LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA, UN CUENTO SOCIAL

Para continuar con la unificación de blogs - ya que parece que hoy estoy en racha - aquí va otra entrega. Me encantó escribir sobre mi cuento favorito de Edgar Allan Poe. Este cuento es uno de los que mejor preparados tengo a la hora de contar, será porque siento cada una de sus palabras, y soy capaz de visualizar sus imágenes de forma natural. Tanta es mi afición por él que, cuando me lo preparé para contarlo por primera vez, hice un estudio del lenguaje que utilizaba y de todos sus giros. De ese estudio - no muy riguroso, que conste - nació este post. Desde entonces, he contado muchas veces "La máscara de la Muerte Roja" y he de decir que es uno de los que mis alumnos - mis únicos oyentes por el momento - más me solicitan.


LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA, UN CUENTO SOCIAL



Leí por primera vez "La Máscara de la Muerte Roja" en un libro de historias de Edgar Alan Poe que me prestó mi profesora de inglés de 1º BUP. El libro, por supuesto, era en inglés, y no contenía la versión original del cuento, sino una especie de adaptación para principiantes. El relato que más me gustó fue, sin lugar a dudas, éste, y fue además el único que quedó en mi memoria. El libro lo dejé cuando estaba leyendo "El misterio de la casa Usher". Me cansé de buscar en el diccionario inglés-español palabras desconocidas a cada párrafo, y además, el librito tenía unas ilustraciones que daban bastante canguelo. He de admitir que nunca he tolerado bien demasiadas historias de terror seguidas.

Sin embargo, "La Máscara de la Muerte Roja" me fascinó, a pesar del incordio que supone leer en inglés y de las ilustraciones góticas que me ponían de los nervios. Poco después, volví a encontrarme con el relato donde menos podía haberlo sospechado... en una canción de Eros Ramazzotti. Para el que no se lo crea, que eche un vistazo a la letra de "Carta al futuro" y luego me cuente.

CARTA AL FUTURO
Eros Ramazzotti

Ésta es una vieja historia que
se contaba mucho tiempo atrás.
Es una vieja historia
pero algo te dirá.

Eran tiempos de oscuridad
cuando empezaba a soplar
el maldito viento
de una horrible enfermedad.

Fué así
que el príncipe pensó
encerrarse en su castillo
con amigos de verdad.
Fue así como pensó
quedarse dentro sin salir
hasta que cesara ya
todo aquel miedo
y toda aquella oscuridad.
En el castillo habìa alegría
y se estaba en buena compañía.
No faltó comida
y danzaban sin parar.

No podía nadie imaginar
que pudiese algún día llegar
el maldito viento
que les alcanzó al final.

Te escribo a ti
estas cosas que
son de un pasado que
nos parece no pasar.

Todo esto te escribí
a ti que pronto nacerás
y no se que sucederá
si este viento
habrá abandonado la ciudad...

Yo no sé que mundo encontrarás
pero en mi deseo tú serás
hijo de una nueva
y más justa humanidad.

Cantaba aquella canción como si estuviera contando un cuento, y salía de mí fluida, pues esa historia había pasado a formar parte de mi persona, sencillamente me encantaba. Años después, fue una de las historias que escogí para contarle a mis alumnos en uno de esos días tontos de finales de trimestre, y para proponer a partir de ella un juego de cadena de cuentos de esos que acaban en una sarta de disparates por la transmisión de boca en boca.
Cuando tras hacer un cursillo de cuentacuentos, tuve que hacer mi debut como narradora oral, en seguida pensé en "La máscara de la muerte roja" para contar a mi auditorio. Al final conté otro, porque había niños, pero en su preparación escribí un análisis del relato en el que me percaté de sus afinidades con la ideología bajomedieval que inspirabab las danzas de la muerte, la muerte niveladora, que se lleva tanto al rey como al campesino.
Me sorprendió que los personajes del príncipe Próspero y sus amigos no son tratados con benevolencia en el relato, no llegan a caer bien al lector. Se los caracteriza con mucha ambigüedad, con una adjetivación desconcertante, combinando los adjetivos positivos con otros que pueden tener una lectura diferente y peyorativa.

- Próspero: feliz, intrépido, sagaz, excéntrico, majestuoso, amor por lo extraño, gustos singulares, planes audaces y ardientes, ¿loco?, osado, robusto, enloquecido por la rabia y la vergüenza de su momentánea cobardía.
- Amigos de Próspero: robustos, desaprensivos, frenética concurrencia.
- Disfraces (aprobados por el príncipe): grotescos, brillantes, esplendorosos, picantes, fantasmagóricos, figuras de arabesco, incongruentes, fantasías delirantes como las que aman los maníacos, hermosos, extraños, licenciosos, terribles, repelentes, "una multitud de sueños", asamblea de fantasmas, mascarada desenfrenada.

Este aspecto del relato me sorprendió desde la primera ocasión en que lo leí, y siempre me pregunté por el motivo de este tratamiento de los "buenos". Tal vez un fragmento del texto lo explique: "Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar al contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto, era locura afligirse o meditar. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja". ¿Es tal vez ese Carpe Diem, esa indiferencia ante el horror de la enfermedad y la desgracia del prójimo lo que Allan Poe castiga con esta adjetivación ambigua y poco amable?

La impresión que el relato da al lector es de que tanto el príncipe como sus amigos escapan de la Muerte Roja por los privilegios de su extracción social, y tras leer los detalles de la fortificación tras la que se ocultan, nace junto al inicial sentimiento de alivio, una vaga sensación de injusticia, que se va acrecentando poco a poco. Hay algo muy sórdido en la manera en que Próspero y sus amigos escapan de la epidemia, de la horrible plaga que asola el país. Son un club de escogidos que, gracias a sus riquezas, se entregan a todos los placeres y escapan del horror, dejando fuera a todos los desdichados que no gozan de la amistad del príncipe. Resulta desalentadora la frase ya mencionada: "Que el mundo se las arreglara por su cuenta; entretanto, era locura afligirse o meditar"

De esta manera, el príncipe, cuyo deber es velar por el bienestar de su pueblo, buscar una solución a la plaga o intentar poner a sus súbditos a salvo, los abandona y se entrega al placer de su búnker personal con sus amigos. Es robusto, intrépido y sagaz, pero no usa ninguna de sus cualidades en el bien común, sino en su propio y egoísta beneficio. Y, por supuesto, no actúa como un abnegado héroe.

A mi entender, la irrupción de la Muerte Roja en la fiesta es una especie de elemento "nivelador", como se solía representar en las danzas de la muerte medievales: del rey al mendigo, todos eran iguales ante la gran niveladora. La Muerte Roja logra imponer la terrible justicia al final del cuento, y aunque cause terror o desaliento, en el fondo, el lector agradece esta justicia, el hecho de que los ricos, los poderosos, los que se sienten por encima del resto, no se salgan finalmente con la suya.
Por estas razones, "La máscara de la muerte roja" me parece un cuento social, uno de esos que contaría un campesino junto a la lumbre en las noches de invierno, teniendo como único remedio a su miseria la venganza y la justicia de la Gran Niveladora.

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