sábado, 15 de agosto de 2009

UNIFICACIÓN DE BLOGS (VI): COSAS DE LA CASUALIDAD

Existen post que tan solo pueden ser productos de un estado de ánimo muy concreto. Éste lo fue. Al igual que "En la ciudad de los muertos", también fue inspirado por una película del grupo de cine que formamos en el instituto. Recuerdo que algunas de las películas tenían un claro objetivo didáctico, y otras parecían escogidas sólo para que el auditorio disfrutara (o no). "Algo en común" fue una de estas películas de objetivo didáctico poco claro, como no fuera una clara invitación a vivir de verdad y a tomar riesgos. Visto lo visto con esta sociedad actual, no sólo sería recomendable para los chavales del instituto - que también - sino para cualquiera de nosotros, que a menudo andamos sumergidos en nuestra propia modorra vital.


Pero no fue tan solo la peli lo que configuró este post. Como ya he dicho, fue el resultado directo de un estado de ánimo. La película tan solo contribuyó a hacerlo más patente, a darle alas. Como cuando en "Amelie" se dice en una escena: "Amelie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma; en ese instante todo es perfecto: la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad... inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la Humanidad, la invade de golpe". Es ligereza y transparencia de ánimo, es una extraña premonición de que algo maravilloso está a punto de suceder - aunque luego, nunca suceda - que te deja con un humor casi etéreo, flotante.


Esa sensación es lo más parecido que conozco a la felicidad. Tal vez sea la felicidad misma. Sólo por eso, este post merecía la pena.



COSAS DE LA CASUALIDAD



Tal vez sean casualidades, pero es curioso como a veces los sucesos se alinean. O tal vez seamos nosotros quienes buscamos esa alineación, aislando partes con sentido en el remolino de la existencia. Tal vez fue eso lo que pasó. No es que sea importante en este caso, ni siquiera digno de mención. Tal vez no debería dedicarle un artículo, pero ahí va.



La concatenación de estos sucesos comenzó el viernes de la semana pasada, cuando mi prima me pidió ayuda para realizar un resumen del capítulo que le había tocado en suerte del libro que está leyendo toda su clase. Mi prima va a 1º ESO, y como a la mayoría de los chavales de su edad, no le llama especialmente la atención el negro sobre el blanco. Una pena, por supuesto, imagino que una pantalla de colorines con marcianitos dando saltos o una conversación superficial en el messenger les resultan más atractivas. También he de reconocer que el libro tenía un nivel un pelín elevado para su edad, o al menos conforme está el patio. Mi prima acudió puntualmente el sábado con su libro y un lápiz (mucho más puntual que yo, que me quedé dormida), y comenzó con la lectura de un fragmento ciertamente interesante, pero que al interrumpir cada dos por tres para preguntar el significado de varias palabras se hizo casi eterno. Lo graciosos fue que al final de la lectura mi prima se declaró pillada por la historia (si es que es lo que tienen algunos libros...). Casualmente, mi hermana le dijo que cuando estaba en la ESO le pasó algo parecido con otro libro que al final le encantó, "Caperucita en Manhattan". Lo sacó de su lugar en la estantería para mostrárselo, y cuando mi prima se marchó, el libro quedó abandonado por ahí. Como casi todo lo que tenga letras es un reclamo para mí, lo rescaté y comencé a hojearlo. Me llamó la atención un apartado al final, en el que se recomendaban otros libros relacionados con la temática de "Caperucita en Manhattan". Dos de ellos pertenecían a Erich Fromm, un pensador de origen alemán; eran "El miedo a la libertad" y "El arte de amar". Me hice con los dos y los miré por encima.



En "El arte de amar" encontré la teoría de Fromm sobre el amor, basado, según él, en una comunicación entre seres libres e iguales (además de un jugoso texto sobre el capitalismo y el consumismo que mis alumnos de ética tuvieron que padecer). Dejaba fuera de la definición de amor las relaciones en que uno de los miembros se erigía como "protector", "guía" o "señor" del otro, y en la cual el otro se siente siempre en relación de inferioridad. También excluía las relaciones "mercantilistas" en las que una persona busca a otra que comparta sus mismos "intereses" (curiosa palabra para usar cuando hablamos de amor), tenga gustos parecidos y que lo "enriquezca" en la misma medida en que ésa persona lo hace. Es decir, un "toma y daca", yo hago esto por ti si tú haces lo otro por mí. De esa manera, voy por el mundo buscando a alguien que reúna varias de mis condiciones al mismo tiempo que sea accesible dada mi situación en el mercado sentimental (¿quién no ha oído nunca la frase "es que él/ella no puede aspirar a alguien más..." ? En los puntos suspensivos van adjetivos como guapo/-a, inteligente... e incluso rico/-a). Pues bien, según Fromm, nada de esto sería amor. El amor simplemente sería una comunicación de la intimidad a otra persona que nos comunica la suya y, por supuesto, en la aceptación total de la otra persona. En los dos primeros casos, según Fromm, nunca conoceríamos el verdadero interior de la otra persona, su "yo" especial y único, y por tanto, no podríamos superar la sensación de soledad que nos amarga la vida cotidiana.


Así que hasta ahora tenemos una concatenación que comienza con el libro de lectura de mi prima y termina con la teoría de Fromm sobre el amor y la comunicación... pero aún hay más, porque este jueves, en el grupo de cine, vimos una película que en cada uno de sus fotogramas me recordaba al señor Fromm y su libro.


"Algo en común" es la ópera prima de Zach Braff, que al mismo tiempo es el actor principal. Interpreta a un joven de veintiséis años que vaga por la vida adormilado a base de litio, que su padre, que actúa asimismo como su psiquiatra, insiste en administrarle. Lleva nueve años fuera de casa, y aunque ha trabajado como actor - su verdadera vocación - en el momento en que comienza la película sirve comida en un restaurante. Su vida está inmerse en una atonía sin sentido, una vacuidad que le impide mostrar ningún sentimiento o sentirlos siquiera. Todo cambia cuando su madre muere - tal vez como resultado de un suicidio - y el joven Lange (así se llama el personaje) vuelve a casa para asistir a su entierro. Al volver a New Yersey, a su barrio de siempre, se reencuentra con los viejos amigos, que van por la vida casi tan aturdidos como él, en trabajos absurdos y en orgías pretendidamente divertidas en las que los porros y el sexo son los principales protagonistas. Como telón de fondo, la presencia culpabilizadora y rígida de su padre, que Lange intenta esquivar.


Pero de repente, por casualidad, y contra todo pronóstico, Lange conoce a Samantha (interpretada por Natalie Portman), una joven vital que revoluciona todo su universo y le devuelve la capacidad de sentir y de ver su rumbo en la vida. Y es en esta relación donde Zach Braff se luce: a través de diálogos certeros, los personajes van desnudando su intimidad, sus miedos y problemas cotidianos, lo que constituye su verdadero yo. Hablan, sin más pretensiones - que es la mejor forma de hablar - y a través de su intimidad compartida, llegan a amarse. La soledad personal retrocede fente a su gran enemiga, la auténtica comunicación. El título, "Algo en común", no hace referencia en modo alguno a una relación mercantilista, sino todo lo contrario: Lange y Sam son muy diferentes, lo único que tienen en común es ese amor que han construido.
La comunicación, el diálogo... ¡Qué lejos quedan! Con nuestras prisas, nuestra ansia por conseguir las cosas ya, rápidamente, nuestra manía de encasillar a los seres, al igual que a las cosas, en las categorías de "útiles" o "inútiles"... esa falta de verdaderos contactos, de verdadero amor (o de verdadera amistad) es lo que, según mi opinión, nos desmorona a diario, y al mismo tiempo, desmorona a la sociedad.


Y la película, como casi todo en la vida, me evoca una canción. ¿Otro eslabón en la cadena?




PARA QUE NO SE DUERMAN MIS SENTIDOS
(Manolo García)

Háblame en la hora calma de la media noche.
Háblame para que no se duerman mis sentidos, háblame
de lejanas tierras donde el único dios sea el sol,
donde se vive al rumor
de las hojas del sicómoro mecidas de brisa y calor.


Cuéntame fracasos, vida, rumbos de pintores locos,
háblame de la calima de las noches
cuando tu amante de amantes fui yo,
de Cartago a las puertas de Roma, de la Sevilla mora,
de claveles de revolución,
de las vueltas que da la tuerca,
de los amores que son prisión.

Va y viene mi alma de esponja,
viene y va si tú me hablas, si tú me cuentas cosas
Barquera, monte, montera...
Viene y va mi alma viajera
linda zagala, si me quisieras.
Va y viene linda barquera
si tú me miras de esa manera...
Háblame en la hora calma de la media noche.
Háblame para que no se duerman mis sentidos, háblame
de Cádiz fenicia, de la Córdoba que abrigaba su mezquita,
de Chagall o de los poetas andaluces del destierro
de porqué claveles para una revolución
de las vueltas que da la tuerca, de los amores que son prisión.

Va y viene mi alma de esponja,
viene y va si tú me hablas, si tú me cuentas cosas.
Va y viene mi alma guerrera,
Viene y va si tú me hablas,
si tú endulzas la espera
Barquera, monte, montera...
Viene y va mi alma viajera
linda zagala, si me quisieras...
Va y viene linda barquera
si me sonríes de esa manera...


Barquera, monte, montera...
Barquera, monte, montera...


Para que no se duerman los sentidos, como dormidos los tenía Lange. Y se despiertan con la palabra, con la comunicación, la base de todo. ¿Continuará la cadena? Quién sabe... son cosas de la casualidad.

No hay comentarios: