jueves, 6 de agosto de 2009

UNIFICACIÓN DE BLOGS (IV): EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS

Aquí va otra entrega de la unificación de mis dos blogs. Escribí esto el año pasado (tiene fecha del 8 de febrero de 2008) tras una sesión del grupo de cine que hacíamos en el instituto. Casi al igual que me ha sucedido ahora con "Los hijos de Húrin", en aquella ocasión la película que visionamos ("Las tortugas también vuelan") me dejó una profunda impresión, por lo que hube de dedicarle un post. Éste fue el resultado.



EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS



No podían creer que aquello pudiera estar pasando de verdad. Ésa fue la reacción generalizada de los alumnos que visualizaron "Las tortugas también vuelan". No les culpo: aunque yo no dudé de la autenticidad de los hechos que se relatan en la película, comprendo que es difícil aceptar que la realidad pueda llegar a ser tan cruda y despiadada.


"Las tortugas también vuelan" es una película del kurdo Bahman Ghobadi que se alzó con la Concha de Oro del último festival de cine de San Sebastián. Narra la vida diaria de unos niños kurdo-irakíes en un campo de refugiados de la frontera turca. Las condiciones de vida son duras y lamentables, y para "ganarse la vida" estos pequeños se dedican a desenterrar minas antipersona (creo que se entiende porqué he puesto lo de ganarse la vida entre comillas) que después venden o cambian en el mercado negro de las armas. Muchos de ellos están gravemente mutilados: a Pasheo le falta una pierna; a Hangao, los dos brazos. Pero ni la situación de penuria en la que viven ni sus deficiencias físicas les impiden jugar, demostrar auténtica alegría o sentir los primeros amores adolescentes. El mayor exponente de este optimismo es Satélite, un muchacho experto en instalación de antenas de televisión que intenta mantener informadas a las gentes del campo de refugiados de la tensa situación internacional. Satélite es el líder de los chavales del campo en su recogida diaria de minas antipersona y quien habla con los jefes del campo con un desparpajo que pone la nota de humor al film. Sus intentos de conquistar el amor de Astrin resultan enternecedores (las miradas de embobamiento que le lanza a la muchacha son de fábula).


Sin embargo, una historia ambientada en las semanas previas a la invasión americana de Irak, en un clima de expectación permanente por parte de un pueblo perdedor (los kurdos fueron perseguidos con saña por Sadam Hussein) no puede ser optimista. Al contrario, resulta de una crudeza escalofriante. Astrin es el rostro de la tragedia: llega al campamento tras huir del pueblo en que mataron a sus padres. Va acompañada de dos niños, Hangao y Rega, a los que parece unirla una relación fraterna. Hangao carece de brazos, Rega está ciego. Conforme se suceden los acontecimientos, nos enteramos del oscuro secreto de Astrin: Rega no es su hermano, sino su hijo, fruto de la violación de un soldado irakí. Entonces se comprende... su mirada cargada de tristeza, su comportamiento hosco, su rechazo a Satélite, los intentos reiterados de abandonar a Rega, sus fantasías de suicidio, y el terrible deselance de su historia.


Mi personaje favorito, Hangao. Su entereza a toda prueba lo convierte en el héroe de la pelicula. Hangao no tiene brazos, pero con una habilidad única y un valor que no dudaríamos en catalogar de temeridad, desentierra minas antipersona con la boca. Además, posee el don de la premonición, y sus premoniciones le llegan en apocalípticas visiones. Yo no imagino peor maldición que ver el futuro en su situación. Como un trasunto de la mítica Casandra, Hangao ve un terrible y desesperanzador porvenir que no puede cambiar (al igual que la desgraciada hija de Príamo veía la caída de su amada Troya sin poder hacer nada por impedirlo). Su valor y su determinación de seguir hacia adelante resultan estremecedores.


A pesar de las terribles verdades que cuenta, la película es hermosa. Los paisajes son muy bellos: el campo de refugiados jalonado de armas herrumbrosas, los cielos nublados, las desoladas llanuras... introducen al espectador en un ambiente casi onírico, de una melancolía muy acorde con los hechos relatados. Cabe destacar también la actuación de los niños, que no son actores profesionales, sino auténticos habitantes del pueblo en que se rodó, kurdos, realmente mutilados, huérfanos. Tal vez por ello sean capaces de transmitir esa tristeza tan honda en sus miradas.


La película permaneció en mi memoria varios días después de verla, transmitiéndome interrogantes incómodos, cuestiones a las que no sé encontrar respuesta. Por ejemplo, ¿Qué tiene Occidente qué decir a esto? ¿Podríamos juzgar tranquila y cómodamente las motivaciones de estos niños desde nuestros planteamientos acomodaticios y en demasiadas ocasiones claramente dogmáticos? La última escena es tal vez la mejor respuesta: Los americanos "salvadores" llegan al campo de refugiados y Satélite, que antes los idolatraba, se aleja sumido en un silencio amargo y desengañado.


Mientras veía la película, recordé una canción de Ismael Serrano en la que me he basado para poner título a este artículo. Tal vez la recordé porque hace referencia al mundo árabe, tal vez porque en situaciones tan extremas como las que este film relata, existir y morir no son conceptos tan enfrentados como podría parecer, porque muchos vivos quizá ya estén muertos.

LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
(ISMAEL SERRANO)

En la ciudad de los muertos, donde crecen amapolas,
las mujeres tienden ropa sobre lápidas sin nombres,
los niños entre las tumbas juegan a salvar sus vidas
y se esconden de otros niños, del hambre o de escuadrones.
La ciudad de los muertos ya de mañana agoniza
y no hay quien les represente en las Naciones Unidas.
En todas las ciudades se habita un cementerio
donde se exilian los muertos.
En la ciudad de los muertos no se para el autobús,
cuando la parca se duerma el muerto cenará sin luz.
Un muerto que tirita porque allí siempre es invierno,
te ofrece un cigarrillo, te invita a su mausoleo.
Nadie les tiene en cuenta en el plan nacional,
ni al hacer las estadísticas del Banco Mundial.
En la ciudad de los muertos talaron todos los sauces,
es terreno edificable.
La ciudad de los muertos está rebosando vida
y óxido todas las puertas, la alambrada que lo cerca.
El latido de los muertos ha cruzado la autopista
y está acechando tu casa, quiere sentarse en tu mesa.
Los muertos tan vivos habitarán los palacios,
las calles y ministerios, y los Fondos Monetarios.
De carne y luz de otros tiempos vistieron sus esqueletos,
cansados ya de estar muertos,
de habitar tu cementerio.

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