domingo, 27 de enero de 2019

EL SILMARILLION. INSTRUCCIONES DE USO.

Tenía una espinita clavada con El Silmarillion. Me enamoré de El Señor de los Anillos desde que lo leí con dieciséis años, pero reconozco que no era el momento cuando tiempo después me enteré de que existía un libro en el que Tolkien exponía la cosmogonía de su mundo; no lo era porque aquel conocimiento vino acompañado de opiniones negativas sobre el mismo que lo catalogaban de tostón o ladrillo sin gracia. 

Sin embargo, no suelo rendirme ante comentarios de ese tipo sin intentarlo por mí misma, al menos con autores que me merezcan respeto, y desde luego, Tolkien me lo merece. Me pasó algo parecido con Estación de tormenta de Sapkowski, me lo leí y me encantó, y mi opinión desmintió a las ajenas. Entonces, ¿por qué no le di una oportunidad a El Silmarillion? Sí que se la di, pero de mala manera: hace años, cuando acababa de dejar atrás la adolescencia, me topé con un volumen escrito en valenciano en la biblioteca de mi pueblo y en un arranque de audacia y arrogancia nivel Fëanor me dije que con mis conocimientos del idioma podía leer algo de ese mismo señor que me había deslumbrado con ESDLA. ¡Craso error! No pasé de la canción de los Ainur, y devolví el libro derrotada, convirtiendo desde entonces mi historia con esta obra en un ejemplo bastante aceptable de profecía autocumplida: me habían advertido que era infumable y tras creérmelo me había enfrentado a él en malas condiciones, escasa fe y muchas reservas sólo para confirmar que se trataba en realidad de un libro infumable.

El tiempo iba pasando, y el puñetero Silmarillion se iba convirtiendo para mí en un fracaso y un límite cuando pretendía mantener una conversación sobre ESDLA, la obra que había supuesto para mí una auténtica epifanía. Esto era así porque siempre, en algún momento, salía alguien mentando a un tal Thingol, o hablando de Gondolin, o comparando la historia de amor entre Arwen y Aragorn con la de otro par de personajes, Beren y Lúthien, sin que yo pudiera hacer mucho más que pensar "Habla de Frodo, Aragorn, Gandalf, Éowyn o alguno de estos y deja de hacerte el listillo, condenado"; en esos momentos, casi podría haber jurado que escuchaba una irritante y remota risita, la del libro aquél escrito en valenciano, que se tronchaba de mi incapacidad desde su estantería.

Unos años después de mi primera y amarga derrota, Círculo de Lectores sacó entre sus novedades un libro de Tolkien, Los hijos de Húrin, logrando hacerme salivar de inmediato. Lo pedí y, tal como expliqué en otro artículo de este mismo blog, logré leerlo tras superar los primeros áridos capítulos donde se mencionaban unas genealogías absolutamente estomagantes y una batalla, la de las Lágrimas Innumerables, cuyo nombre juzgué muy adecuado, porque despertaban en mí ese mismo ánimo de oscura desesperación, aunque por diferentes motivos que a sus protagonistas (de hecho, lo poco que me quedó claro es que moría hasta el apuntador). Pasados estos escollos, la historia tenía la sombría belleza de una tragedia griega, y devoré cada una de las páginas con el alma sobrecogida de tristeza. Cuando compartí mi experiencia, recuerdo que alguien me dijo algo así como que esa misma historia estaba en El Silmarillion y que Christopher Tolkien estaba haciendo caja con un material publicado con anterioridad. Aquella revelación me dejó perpleja y contrariada: otra vez aparecía el dichoso libro de los libros, y yo volvía a escuchar su risa lejana; tal fue así que Los hijos de Húrin me dejó peor de lo que estaba, ya que me dio por pensar que como no había ovarios para enfrentarme a El Silmarillion, me tendría que conformar con historias parciales precedidas por horrorosas genealogías que otros dominaban sin problema.

Pasaré de puntillas sobre alto otro infructuoso intento con un pirático documento Word de cuyo origen no quiero acordarme (todos tenemos un pasado oscuro), para situarme en julio de 2013, cuando llegó a mis manos (regalo de cumpleaños elegido por mí misma) la versión en papel de Booket cuya portada encabeza este artículo. Ahí ya no había excusas que valieran: tenía el libro en mis manos, en castellano, y habría sido un deshonor no vencer lo que para mí se estaba convirtiendo en una absoluta "silmarillionofobia". Pues bien, han sido necesarios varios intentos más, pero hoy puedo decir, con orgullo, y también con satisfacción, la satisfacción de conocer una bellísima historia de proporciones épicas, que he leído el Silmarillion, que me he emocionado con muchas de sus páginas y que ya sé quiénes son Thingol, Beren, Lúthien, Eöl, Turgon, Fëanor, Melian, Míriel, Finwe, Ulmo, Idril Celebrindal, Fingolfin, Finrod Felagund, Mandos, Tuor y un buen puñado de personajes más. Y sí, es tan maravilloso como los "listillos" aseguraban, puede que incluso más.

Ahora bien, tras los brindis y para evitar que algún incauto se deje llevar por mi historia de superación, he de advertir que El Silmarillion no es un libro cualquiera, y no se puede afrontar de cualquier manera. Tendría que venir acompañado de unas instrucciones de uso, y dado que no las he visto escritas por ahí (no digo que no existan), no me queda más que proporcionarlas yo misma, o al menos dar una clave de lo que a mí me sirvió para transformar en placer el tormento que me supuso adentrarme en esta historia en mis primeras incursiones.


En primer lugar, SE DEBE ESTAR DISPUESTO A CONSULTAR LOS ANEXOS. Pues sí, los anexos de El Silmarillion son básicos. De hecho, hace poco me topé con este meme absolutamente real - aunque no por ello menos tronchante - que lo expone con honestidad absoluta.




Como Boromir afirma en el meme, "Uno no lee así como así El Silmarillion sin consultar el mapa, los nombres o la genealogía cada tres frases", y es una verdad incuestionable, así que recomiendo PACIENCIA SI AL PRINCIPIO SE ESTÁ MÁS PERDIDO QUE UN GATO EN UN GARAJE. Con el paso del tiempo y las páginas, y tras unas dos mil quinientas visitas al glosario, los nombres acaban sonando, los personajes acaban por ubicarse y se comienza a disfrutar de la lectura (y luego dicen que Malaz es lioso, si es que...).

Otra cuestión importante, relacionada con la anterior, es hacerse con una BUENA EDICIÓN, aunque lo cierto es que no es algo muy difícil siempre que sea en papel (desconozco cómo serán las ediciones digitales y las facilidades que prestarán al constante trasiego entre texto y anexos): la mía de Booket estaba bastante bien, aunque tuve que acostumbrarme a usar, al menos, dos puntos de lectura, una costumbre que he reeditado con Malaz. En los anexos de El Silmarillion se ofrecen las siguientes informaciones:




Genealogías de varios linajes de elfos y hombres; en total son cuatro y puedo asegurar que son más de dos y de tres veces que resulta necesario ubicar a alguien en el árbol genealógico. La que más usé yo fue la del linaje de Finwë, como creo que le pasará a la mayoría. Al parecer, el señor de los Noldor consideraba que la raíz fin- (cabellos) era ideal para componer nombres élficos: los dos hijos habidos de su segundo matrimonio se llaman Fingolfin y Finarfin, pero es que el primogénito de Fingolfin se llama Fingon y el de Finarfin, Finrod, así que el lío está servido y bien servido. El resto de nombres de esta magna obra tienen un sentido del humor parecido. Premio especial a la originalidad para Huor y Húrin, que siendo hermanos, coincidieron en formar el nombre de sus vástagos masculinos sustituyendo la H por una T, de lo que resultan Tuor y Túrin (se nota el desgaste del maestro Tolkien en poner nombres a estas alturas de la historia).

Esquema de las familias élficas: Uno de mis intentos frustrados fracasó precisamente en el momento en que Tolkien comienza a exponer todas las clases en que se dividen los Primeros Nacidos: los hay que salen de Cuiviénen para hacer el Gran Viaje y los hay que no; están los que llegan a Valinor (divididos en tres grupos), los que lo intentan pero se pierden, los que salen pero no se atreven a cruzar las Montañas Nubladas y se vuelven, los que salen y se quedan abandonados en la costa... y a cada grupo se le llama de una manera (o de varias). Un caos, vamos. Por eso se hace necesario el dichoso esquemita hasta que ya se domina la materia.

Glosario de nombres: Imprescindible, por varias razones. En primer lugar, no todos los personajes aparecen en los árboles genealógicos, y a veces no viene mal refrescar la identidad de alguno de ellos. En segundo lugar, porque también contiene nombres de objetos (como espadas) y lugares (esto último se agradece cuando buscas desesperadamente el nombre de un sitio en un mapa y no aparece, o no se ve aunque se tenga delante, lo cual al menos a mí me pasó en más de una ocasión).

Mapa de Beleriand: ¡Ay, Beleriand, Beleriand! Me costó darme cuenta de que no era la misma Tierra Media que aparecía en ESDLA, y es que el límite oriental del territorio que aparece dibujado en El Silmarillion se corresponde aproximadamente con el límite occidental de la Tierra Media a que un lector de ESDLA está habituado o, lo que es lo mismo, no busquéis Gondor, Rohan, Mordor o la Comarca en Beleriand porque no aparecen, están más allá de las Montañas Azules (Ered Luin en fino, digo..., en sindarin que, para que nos entendamos, es la menos "fina" de las lenguas élficas). ¿Y esto por qué? ¿Qué pasa con Beleriand para que su lugar aparezca ocupado por el mar en tiempos de Frodo y Aragorn? (Ojo, destripamiento argumental, me niego a usar la palabreja importada de la lengua inglesa) Pues resulta que a finales de la Primera Edad hay una batalla de las que no son para tomárselas a broma que provoca un cataclismo de proporciones bíblicas, y toda Beleriand (excepto la región de Lindon) queda sumergida bajo las aguas. Pues bien, al igual que el resto de apéndices, los mapas son imprescindibles; en mi edición aparece otro en mitad del texto que también visité a menudo, en el que se refleja el reparto de Beleriand entre los príncipes elfos (básicamente, los Noldor y Thingol). 

Significado de prefijos y sufijos élficos: No es que se imprescindible, pero resulta curioso y hace que te introduzcas con más facilidad en la historia. Te permite incluso componer tus propios nombres élficos.

De lo anteriormente expuesto se desprende que El Silmarillion no puede considerarse lectura ligera (ni siquiera creo que lo hiciera Hermione).




A pesar de lo que lo he disfrutado, nunca lo recomendaría para una lectura de playa, y ni tan siquiera afirmaría que sea un libro que pueda leerse del tirón. Al contrario, considero positivo TOMARSE DESCANSOS, siempre y cuando éstos no sean tan dilatados que se pierda el hilo. Dependerá, por supuesto, de personalidades; sé que hay gente a la que no le gusta llevar varias obras al mismo tiempo, pero si no se tienen problemas al respecto, no iría mal de vez en cuando dedicarse un rato a algo más ligero.


Otro consejo que al menos a mí me va muy bien, y no sólo para leer El Silmarillion, sino para cualquier otro libro e, incluso, para estudiar Historia, es PONERLES CARA A LOS PERSONAJES. La última comparación no la he realizado al azar, porque esta obra es, en realidad, la Historia de los Días Antiguos, y un nombre resulta mucho más fácil de retener y de distinguir de otros si lo asociamos a una imagen. Asimismo, CONTEMPLAR ILUSTRACIONES DE ESCENAS DESCRITAS EN EL LIBRO puede ser de mucha ayuda a la hora de imaginar y también de fijar en la memoria las hazañas de un determinado personaje. No va a resultar tan fácil como en el caso de ESDLA, en el que ya existen adaptaciones cinematográficas, pero hay un montón de artistas que han basado parte de su obra en este libro, así que hay muchas versiones de personajes y escenas circulando por Internet, tanto de ilustradores reconocidos cuyas aportaciones fueron usadas en las ediciones de la obra como otros que lo hacen por libre. Aquí van unos pocos ejemplos:



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Thingol y Melian, embebidos el uno en el otro, estado en el que permanecerían durante muchos años tras su primer encuentro en Nan Elmoth.


Eöl, el Elfo Oscuro. Un personaje trágico que me encantaba y me producía rechazo a un tiempo. Su apasionada defensa de la libertad y la independencia para sí mismo choca con el trato que dispensa a su familia.



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Fingon rescata a Maedhros ayudado por Thorondor.



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Túrin Turambar portando a Anglachel, la espada forjada por Eöl y que tantos disgustos le trajo.


Imagen relacionada
Beren encuentra a Lúthien, por Elena Kukanova. ¿No os recuerda a otra pareja de ESDLA?


Imagen relacionada
El juramento de Fëanor y sus hijos, origen del conflicto que narra la novela.




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El último día de Númenor





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Enfrentamiento entre Fingolfin y Morgoth, una escena épica que logra hacerte un nudo en la garganta.



Tuor contempla la ciudad de Gondolin



Y así podría seguir y seguir, pues si algo tiene El Silmarillion son historias fascinantes que merecen ser leídas, pintadas y contadas. Es en verdad un enorme universo, el que vivía en la mente y el alma de Tolkien.

A pesar de todo, quien lo lea ha de estar avisado de que SU ESTILO NO ES EL DE UNA NOVELA MODERNA. Por el contrario, a menudo resulta rígido, alambicado, yo diría que incluso un poco torpe. Probablemente se trate de algo intencionado y lo que Tolkien pretendía era narrar una leyenda como se hacía antaño, ofreciéndonos una crónica medieval o una saga que recordara a las grandes sagas nórdicas, el relato de hechos admirables y épicos en los que no se presta demasiada atención a todos aquellos elementos que configuran una novela tal y como la definimos actualmente: descripciones de espacios, descripciones sutiles de personajes, diálogos, monólogos internos, etc. 

Sin embargo, mi opinión es que al maestro le faltó tiempo y tal vez energía para culminar su obra magna: creo recordar que fue en el libro J.R.R. Tolkien, preguntas frecuentes y no tan frecuentes (en el que se editaban cuestiones tratadas en los foros de la página web El fenómeno) donde leí que, a pesar de haber trabajado arduamente en este proyecto, el creador de la Tierra Media no estaba seguro de la viabilidad de su publicación; de hecho, murió sin verlo publicado. Así las cosas, a veces me daba la impresión de que El Silmarillion está en "modo borrador", y eso creo que es un factor más de su dureza y de que haya gente a la que se le ponga cuesta arriba. 

A pesar de lo atípico de El Silmarillion, o precisamente a causa de ello, la historia de los Días Antiguos tiene encanto: el sabor añejo y legendario de las viejas historias cantadas por un trovador junto a la chimenea del castillo, la grandeza épica de las grandes tragedias. Es, asimismo, el reflejo más puro del espíritu del autor inglés, la obra que recogió sus preguntas acerca del destino, la naturaleza humana y la muerte. Que esté cargado de pesimismo, que sea confuso o difícil, no es más que la metáfora perfecta de su esencia.

Y para terminar, un par de chistes visuales a modo de recompensa tras haber completado la lectura de tan esforzada obra.







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