lunes, 28 de enero de 2019

¿FANTASÍA O REALIDAD?... ¿ACASO IMPORTA?

Eran más de las dos de la tarde y yo leía en el Cercanías Memorias del Hielo. La acción llegaba a su apoteosis (bueno, una más entre un buen montón de apoteosis) con una escena desgarradora, una escena para el cual el adjetivo "épica" se queda bastante corto; era épica, sí, pero también era trágica, memorable, triste, gloriosa y devastadora a partes iguales.

Sin darme cuenta me he llevado la mano a la boca y por poco no suelto un sollozo en medio del vagón. Me imagino que nadie se habrá percatado, cada cual lleva su vida, y eso está genial (sobre todo porque no llevo bien eso de llorar en público, ni siquiera aunque sea un amago), pero la pregunta que se ha encendido en mi mente va más allá: no son pocos los que tildan a la Fantasía de escapismo, de no ser "real"; en ese caso, ¿es absurdo que algo no real sea capaz de desatar tales emociones?

Si bien es cierto que Capustan no aparece en ningún mapa, ¿no puede ser símbolo de tantas y tantas ciudades de nuestro mundo, asediadas, dolientes bajo las armas del enemigo, condenadas a la destrucción?, ¿acaso, al igual que sus desventurados defensores, no ha existido gente traicionada, humillada, conquistada, asesinada de las más atroces maneras? ¿Es que todo ese dolor imaginario, si se hace bien - y Erikson lo hace estupendamente - no puede ser tan real como la realidad misma? ¿No son reales los sentimientos que despierta en el lector?, ¿no es toda literatura imaginaria y, por tanto, intérprete más que espejo de la realidad?

He escuchado un montón de veces que a través de la lectura vivimos vidas que nunca serían posibles en nuestra limitada existencia. Para el que lee, la historia que el libro que tiene entre las manos le brinda puertas a otras almas y otros ojos, y lo que esos ojos ven y lo que esas almas experimentan se torna tan real y casi tan tangible como el mundo físico. Eso es cierto para cada género, pero, paradójicamente, a mí la Fantasía es el que me lo hace sentir con más intensidad, de una manera radicalmente real.


Mortal Sword, por Dejan-Delic



domingo, 27 de enero de 2019

TAG DE ARTE. 20: OBRA QUE ME TATUARÍA

La palabra tag no tiene un equivalente claro en castellano. Tal vez podría traducirse como etiquetado o, mejor aún, como cuestionario. Se basa en responder a unas preguntas (indirectas, por eso no viene a la cabeza la equivalencia con un cuestionario a la primera) sobre preferencias en un determinado tema.

Hace poco vi en Youtube varios de estos cuestionarios acerca de Historia del Arte. Fue ideado por La Gata Verde, una youtuber que tiene un canal dedicado a la Historia del Arte, y luego alcanzó gran difusión (éste es el original).

Como no grabo vídeos para Youtube pero la idea me resultó fascinante, aquí vengo dispuesta a desvelar mis preferencias en pintura de manera dosificada, explicando el porqué de mis elecciones. Dado que en el blog las entradas recientes se van colocando encima de las antiguas, comenzaré por la última cuestión e iré ascendiendo hasta la pregunta número 1.

Vamos allá sin más dilación.

20. OBRA QUE ME TATUARÍA: Ninfa de la Luna, de Ricardo Falero.




Lo cierto es que no me tatuaría nada, no me gusta la idea de marcarme el cuerpo de forma permanente pero, puestos a elegir, esta obra de Falero me parece divina. Ricardo Falero (1851-1896) fue un artista español desconocido y  menospreciado en su país de origen, hasta el punto de que no hay un solo cuadro suyo en nuestros museos. Sin embargo, en el extranjero se lo rifaban y estaba muy bien considerado. El cuerpo femenino fue una constante en sus cuadros.

Esta Ninfa de la luna me definiría bastante bien: soy soñadora, me encanta la magia, el sabor femenino que desprende el cuadro, todas las historias de fantasía que sugiere y la presencia del satélite, que disfruto contemplando durante las noches de verano. La delicadeza del dibujo y los colores y el tratamiento de la luz hacen de este cuadro una exquisitez. 

Sin embargo, no me gustan los tatuajes a color, prefiero el blanco y negro, así que el resultado sería éste:



No me digáis que no sería genial llevar esto tatuado en la espalda...

EL SILMARILLION. INSTRUCCIONES DE USO.

Tenía una espinita clavada con El Silmarillion. Me enamoré de El Señor de los Anillos desde que lo leí con dieciséis años, pero reconozco que no era el momento cuando tiempo después me enteré de que existía un libro en el que Tolkien exponía la cosmogonía de su mundo; no lo era porque aquel conocimiento vino acompañado de opiniones negativas sobre el mismo que lo catalogaban de tostón o ladrillo sin gracia. 

Sin embargo, no suelo rendirme ante comentarios de ese tipo sin intentarlo por mí misma, al menos con autores que me merezcan respeto, y desde luego, Tolkien me lo merece. Me pasó algo parecido con Estación de tormenta de Sapkowski, me lo leí y me encantó, y mi opinión desmintió a las ajenas. Entonces, ¿por qué no le di una oportunidad a El Silmarillion? Sí que se la di, pero de mala manera: hace años, cuando acababa de dejar atrás la adolescencia, me topé con un volumen escrito en valenciano en la biblioteca de mi pueblo y en un arranque de audacia y arrogancia nivel Fëanor me dije que con mis conocimientos del idioma podía leer algo de ese mismo señor que me había deslumbrado con ESDLA. ¡Craso error! No pasé de la canción de los Ainur, y devolví el libro derrotada, convirtiendo desde entonces mi historia con esta obra en un ejemplo bastante aceptable de profecía autocumplida: me habían advertido que era infumable y tras creérmelo me había enfrentado a él en malas condiciones, escasa fe y muchas reservas sólo para confirmar que se trataba en realidad de un libro infumable.

El tiempo iba pasando, y el puñetero Silmarillion se iba convirtiendo para mí en un fracaso y un límite cuando pretendía mantener una conversación sobre ESDLA, la obra que había supuesto para mí una auténtica epifanía. Esto era así porque siempre, en algún momento, salía alguien mentando a un tal Thingol, o hablando de Gondolin, o comparando la historia de amor entre Arwen y Aragorn con la de otro par de personajes, Beren y Lúthien, sin que yo pudiera hacer mucho más que pensar "Habla de Frodo, Aragorn, Gandalf, Éowyn o alguno de estos y deja de hacerte el listillo, condenado"; en esos momentos, casi podría haber jurado que escuchaba una irritante y remota risita, la del libro aquél escrito en valenciano, que se tronchaba de mi incapacidad desde su estantería.

Unos años después de mi primera y amarga derrota, Círculo de Lectores sacó entre sus novedades un libro de Tolkien, Los hijos de Húrin, logrando hacerme salivar de inmediato. Lo pedí y, tal como expliqué en otro artículo de este mismo blog, logré leerlo tras superar los primeros áridos capítulos donde se mencionaban unas genealogías absolutamente estomagantes y una batalla, la de las Lágrimas Innumerables, cuyo nombre juzgué muy adecuado, porque despertaban en mí ese mismo ánimo de oscura desesperación, aunque por diferentes motivos que a sus protagonistas (de hecho, lo poco que me quedó claro es que moría hasta el apuntador). Pasados estos escollos, la historia tenía la sombría belleza de una tragedia griega, y devoré cada una de las páginas con el alma sobrecogida de tristeza. Cuando compartí mi experiencia, recuerdo que alguien me dijo algo así como que esa misma historia estaba en El Silmarillion y que Christopher Tolkien estaba haciendo caja con un material publicado con anterioridad. Aquella revelación me dejó perpleja y contrariada: otra vez aparecía el dichoso libro de los libros, y yo volvía a escuchar su risa lejana; tal fue así que Los hijos de Húrin me dejó peor de lo que estaba, ya que me dio por pensar que como no había ovarios para enfrentarme a El Silmarillion, me tendría que conformar con historias parciales precedidas por horrorosas genealogías que otros dominaban sin problema.

Pasaré de puntillas sobre alto otro infructuoso intento con un pirático documento Word de cuyo origen no quiero acordarme (todos tenemos un pasado oscuro), para situarme en julio de 2013, cuando llegó a mis manos (regalo de cumpleaños elegido por mí misma) la versión en papel de Booket cuya portada encabeza este artículo. Ahí ya no había excusas que valieran: tenía el libro en mis manos, en castellano, y habría sido un deshonor no vencer lo que para mí se estaba convirtiendo en una absoluta "silmarillionofobia". Pues bien, han sido necesarios varios intentos más, pero hoy puedo decir, con orgullo, y también con satisfacción, la satisfacción de conocer una bellísima historia de proporciones épicas, que he leído el Silmarillion, que me he emocionado con muchas de sus páginas y que ya sé quiénes son Thingol, Beren, Lúthien, Eöl, Turgon, Fëanor, Melian, Míriel, Finwe, Ulmo, Idril Celebrindal, Fingolfin, Finrod Felagund, Mandos, Tuor y un buen puñado de personajes más. Y sí, es tan maravilloso como los "listillos" aseguraban, puede que incluso más.

Ahora bien, tras los brindis y para evitar que algún incauto se deje llevar por mi historia de superación, he de advertir que El Silmarillion no es un libro cualquiera, y no se puede afrontar de cualquier manera. Tendría que venir acompañado de unas instrucciones de uso, y dado que no las he visto escritas por ahí (no digo que no existan), no me queda más que proporcionarlas yo misma, o al menos dar una clave de lo que a mí me sirvió para transformar en placer el tormento que me supuso adentrarme en esta historia en mis primeras incursiones.


En primer lugar, SE DEBE ESTAR DISPUESTO A CONSULTAR LOS ANEXOS. Pues sí, los anexos de El Silmarillion son básicos. De hecho, hace poco me topé con este meme absolutamente real - aunque no por ello menos tronchante - que lo expone con honestidad absoluta.




Como Boromir afirma en el meme, "Uno no lee así como así El Silmarillion sin consultar el mapa, los nombres o la genealogía cada tres frases", y es una verdad incuestionable, así que recomiendo PACIENCIA SI AL PRINCIPIO SE ESTÁ MÁS PERDIDO QUE UN GATO EN UN GARAJE. Con el paso del tiempo y las páginas, y tras unas dos mil quinientas visitas al glosario, los nombres acaban sonando, los personajes acaban por ubicarse y se comienza a disfrutar de la lectura (y luego dicen que Malaz es lioso, si es que...).

Otra cuestión importante, relacionada con la anterior, es hacerse con una BUENA EDICIÓN, aunque lo cierto es que no es algo muy difícil siempre que sea en papel (desconozco cómo serán las ediciones digitales y las facilidades que prestarán al constante trasiego entre texto y anexos): la mía de Booket estaba bastante bien, aunque tuve que acostumbrarme a usar, al menos, dos puntos de lectura, una costumbre que he reeditado con Malaz. En los anexos de El Silmarillion se ofrecen las siguientes informaciones:




Genealogías de varios linajes de elfos y hombres; en total son cuatro y puedo asegurar que son más de dos y de tres veces que resulta necesario ubicar a alguien en el árbol genealógico. La que más usé yo fue la del linaje de Finwë, como creo que le pasará a la mayoría. Al parecer, el señor de los Noldor consideraba que la raíz fin- (cabellos) era ideal para componer nombres élficos: los dos hijos habidos de su segundo matrimonio se llaman Fingolfin y Finarfin, pero es que el primogénito de Fingolfin se llama Fingon y el de Finarfin, Finrod, así que el lío está servido y bien servido. El resto de nombres de esta magna obra tienen un sentido del humor parecido. Premio especial a la originalidad para Huor y Húrin, que siendo hermanos, coincidieron en formar el nombre de sus vástagos masculinos sustituyendo la H por una T, de lo que resultan Tuor y Túrin (se nota el desgaste del maestro Tolkien en poner nombres a estas alturas de la historia).

Esquema de las familias élficas: Uno de mis intentos frustrados fracasó precisamente en el momento en que Tolkien comienza a exponer todas las clases en que se dividen los Primeros Nacidos: los hay que salen de Cuiviénen para hacer el Gran Viaje y los hay que no; están los que llegan a Valinor (divididos en tres grupos), los que lo intentan pero se pierden, los que salen pero no se atreven a cruzar las Montañas Nubladas y se vuelven, los que salen y se quedan abandonados en la costa... y a cada grupo se le llama de una manera (o de varias). Un caos, vamos. Por eso se hace necesario el dichoso esquemita hasta que ya se domina la materia.

Glosario de nombres: Imprescindible, por varias razones. En primer lugar, no todos los personajes aparecen en los árboles genealógicos, y a veces no viene mal refrescar la identidad de alguno de ellos. En segundo lugar, porque también contiene nombres de objetos (como espadas) y lugares (esto último se agradece cuando buscas desesperadamente el nombre de un sitio en un mapa y no aparece, o no se ve aunque se tenga delante, lo cual al menos a mí me pasó en más de una ocasión).

Mapa de Beleriand: ¡Ay, Beleriand, Beleriand! Me costó darme cuenta de que no era la misma Tierra Media que aparecía en ESDLA, y es que el límite oriental del territorio que aparece dibujado en El Silmarillion se corresponde aproximadamente con el límite occidental de la Tierra Media a que un lector de ESDLA está habituado o, lo que es lo mismo, no busquéis Gondor, Rohan, Mordor o la Comarca en Beleriand porque no aparecen, están más allá de las Montañas Azules (Ered Luin en fino, digo..., en sindarin que, para que nos entendamos, es la menos "fina" de las lenguas élficas). ¿Y esto por qué? ¿Qué pasa con Beleriand para que su lugar aparezca ocupado por el mar en tiempos de Frodo y Aragorn? (Ojo, destripamiento argumental, me niego a usar la palabreja importada de la lengua inglesa) Pues resulta que a finales de la Primera Edad hay una batalla de las que no son para tomárselas a broma que provoca un cataclismo de proporciones bíblicas, y toda Beleriand (excepto la región de Lindon) queda sumergida bajo las aguas. Pues bien, al igual que el resto de apéndices, los mapas son imprescindibles; en mi edición aparece otro en mitad del texto que también visité a menudo, en el que se refleja el reparto de Beleriand entre los príncipes elfos (básicamente, los Noldor y Thingol). 

Significado de prefijos y sufijos élficos: No es que se imprescindible, pero resulta curioso y hace que te introduzcas con más facilidad en la historia. Te permite incluso componer tus propios nombres élficos.

De lo anteriormente expuesto se desprende que El Silmarillion no puede considerarse lectura ligera (ni siquiera creo que lo hiciera Hermione).




A pesar de lo que lo he disfrutado, nunca lo recomendaría para una lectura de playa, y ni tan siquiera afirmaría que sea un libro que pueda leerse del tirón. Al contrario, considero positivo TOMARSE DESCANSOS, siempre y cuando éstos no sean tan dilatados que se pierda el hilo. Dependerá, por supuesto, de personalidades; sé que hay gente a la que no le gusta llevar varias obras al mismo tiempo, pero si no se tienen problemas al respecto, no iría mal de vez en cuando dedicarse un rato a algo más ligero.


Otro consejo que al menos a mí me va muy bien, y no sólo para leer El Silmarillion, sino para cualquier otro libro e, incluso, para estudiar Historia, es PONERLES CARA A LOS PERSONAJES. La última comparación no la he realizado al azar, porque esta obra es, en realidad, la Historia de los Días Antiguos, y un nombre resulta mucho más fácil de retener y de distinguir de otros si lo asociamos a una imagen. Asimismo, CONTEMPLAR ILUSTRACIONES DE ESCENAS DESCRITAS EN EL LIBRO puede ser de mucha ayuda a la hora de imaginar y también de fijar en la memoria las hazañas de un determinado personaje. No va a resultar tan fácil como en el caso de ESDLA, en el que ya existen adaptaciones cinematográficas, pero hay un montón de artistas que han basado parte de su obra en este libro, así que hay muchas versiones de personajes y escenas circulando por Internet, tanto de ilustradores reconocidos cuyas aportaciones fueron usadas en las ediciones de la obra como otros que lo hacen por libre. Aquí van unos pocos ejemplos:



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Thingol y Melian, embebidos el uno en el otro, estado en el que permanecerían durante muchos años tras su primer encuentro en Nan Elmoth.


Eöl, el Elfo Oscuro. Un personaje trágico que me encantaba y me producía rechazo a un tiempo. Su apasionada defensa de la libertad y la independencia para sí mismo choca con el trato que dispensa a su familia.



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Fingon rescata a Maedhros ayudado por Thorondor.



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Túrin Turambar portando a Anglachel, la espada forjada por Eöl y que tantos disgustos le trajo.


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Beren encuentra a Lúthien, por Elena Kukanova. ¿No os recuerda a otra pareja de ESDLA?


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El juramento de Fëanor y sus hijos, origen del conflicto que narra la novela.




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El último día de Númenor





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Enfrentamiento entre Fingolfin y Morgoth, una escena épica que logra hacerte un nudo en la garganta.



Tuor contempla la ciudad de Gondolin



Y así podría seguir y seguir, pues si algo tiene El Silmarillion son historias fascinantes que merecen ser leídas, pintadas y contadas. Es en verdad un enorme universo, el que vivía en la mente y el alma de Tolkien.

A pesar de todo, quien lo lea ha de estar avisado de que SU ESTILO NO ES EL DE UNA NOVELA MODERNA. Por el contrario, a menudo resulta rígido, alambicado, yo diría que incluso un poco torpe. Probablemente se trate de algo intencionado y lo que Tolkien pretendía era narrar una leyenda como se hacía antaño, ofreciéndonos una crónica medieval o una saga que recordara a las grandes sagas nórdicas, el relato de hechos admirables y épicos en los que no se presta demasiada atención a todos aquellos elementos que configuran una novela tal y como la definimos actualmente: descripciones de espacios, descripciones sutiles de personajes, diálogos, monólogos internos, etc. 

Sin embargo, mi opinión es que al maestro le faltó tiempo y tal vez energía para culminar su obra magna: creo recordar que fue en el libro J.R.R. Tolkien, preguntas frecuentes y no tan frecuentes (en el que se editaban cuestiones tratadas en los foros de la página web El fenómeno) donde leí que, a pesar de haber trabajado arduamente en este proyecto, el creador de la Tierra Media no estaba seguro de la viabilidad de su publicación; de hecho, murió sin verlo publicado. Así las cosas, a veces me daba la impresión de que El Silmarillion está en "modo borrador", y eso creo que es un factor más de su dureza y de que haya gente a la que se le ponga cuesta arriba. 

A pesar de lo atípico de El Silmarillion, o precisamente a causa de ello, la historia de los Días Antiguos tiene encanto: el sabor añejo y legendario de las viejas historias cantadas por un trovador junto a la chimenea del castillo, la grandeza épica de las grandes tragedias. Es, asimismo, el reflejo más puro del espíritu del autor inglés, la obra que recogió sus preguntas acerca del destino, la naturaleza humana y la muerte. Que esté cargado de pesimismo, que sea confuso o difícil, no es más que la metáfora perfecta de su esencia.

Y para terminar, un par de chistes visuales a modo de recompensa tras haber completado la lectura de tan esforzada obra.







jueves, 17 de enero de 2019

LOS JARDINES DE LA LUNA, LA MAGIA EXTRAÑA Y SUBYUGANTE DE MALAZ

Malaz, el Libro de los Caídos...
Imprescindible...
Una obra maestra de la Literatura Fantástica...
No desmerece a "Canción de Hielo y Fuego"... (¡Cómo odio las comparaciones con Canción de Hielo y Fuego!)

¡Tengo que leerme esto sin falta! ¡Tengo que conocer Malaz! Pero por otra parte...


Te sientes perdido hasta, como mínimo, el primer tercio del libro.

El primer libro es el peor y el más lioso.
Es una lectura difícil, no apta para todos los públicos.
"Cuando tuve que enfrentarme a escribir este prólogo, pensé durante algún tiempo en usarlo como instrumento para suavizar el golpe, para minimizar la impresión de ser lanzado desde una gran altura a unas aguas muy profundas". (Steven Erikson dixit).
    
      A esta avalancha de opiniones contrapuestas me enfrenté cuando me estaba planteando adentrarme en el mundo de Malaz. Incluso, hace tiempo, cometí la imprudencia de comenzar el segundo volumen sin pasar por el primero; obviamente, lo dejé dos páginas después con la impresión de que ese libro no tenía ningún sentido y, tal y como decían, era un auténtico caos (sí, admito que a veces, en cuestión de libros, me comporto de manera temeraria).

     Al fin ganaron la curiosidad, la necesidad de encontrarme con una saga que me absorbiera después de pasarme el verano en la Era Hiboria (por cierto, genial edición la de Crónicas de Nemedia) y, por qué negarlo, ese punto de reto consistente en vencer las dificultades que planteaba Malaz y que habían derrotado incluso a lectores de fantasía curtidos (ojo, la que escribe no ha podido con la famosísima, maravillosa e imprescindible Canción de Hielo y Fuego, soy de estómago delicado y no logro empatizar con los personajes, pero ése es otro tema a tratar con detenimiento en otra entrada). 

    Así que decidí lanzarme a la piscina, aunque no sin tomar precauciones, y me saqué de la biblioteca (en vez de comprarlo) Los Jardines de la Luna. Empecé a leer el libro con bastante respeto, dispuesta a sentirme perdida y humillada y jurándome aguantar hasta el famoso primer tercio aunque no entendiera ni jota. Y lo cierto es que no hizo falta llegar a ese punto crítico (aunque fui muy consciente de cuándo pasé el trópico y me felicité a mí misma esbozando una sonrisa de satisfacción y triunfo) porque la historia logró absorberme casi desde el principio (recuerdo cómo me estremecí de pura expectación cuando se abrió la primera senda; aquello era magia, magia de la buena, justo lo que estaba buscando en un libro de Fantasía).

    Amparada por el mencionado margen del primer tercio, seguí y seguí leyendo, desgranando páginas, y cuando quise darme cuenta, la epopeya que es Malaz me había entrado en vena y la cosa ya no tenía remedio. En cuanto a la cuestión de si es dura o difícil de entender... Lo cierto es que sí que hay que soportar algunos momentos de incertidumbre y se hace inevitable consultar el glosario en más de una ocasión (por cierto, tendrían que darle un premio al que lograra encontrar algún lugar que no sea Darujhistan en ese endiablado mapa); no es menos verdad que a veces te asalta la rémora de que algo se te escapa, como dice mucha gente, pero... ¿qué tiene esto de malo? Nos quejamos a menudo de que la fantasía es previsible y recorre caminos trillados, y luego también nos quejamos de que una obra mantenga un "misterio primordial" que esquive al lector. ¿En qué quedamos? Además, por supuesto que se nos escapa algo: nueve volúmenes más, todos ellos de gran tamaño. ¿En serio alguien sería capaz de sostener una historia interesante durante diez volúmenes si no se las apañara para que conservase cierto aire enigmático? Yo no me atrevería a intentarlo. Por mí, el mundo malazano puede seguir guardando su misterio por muchos tomos más.

    No obstante, reconozco que cuento con cierta ventaja: soy muy conformista y me resulta muy sencillo suspender la incredulidad cuando leo Fantasía. Donde otras personas se hacen preguntas sin tregua, yo me limito a aceptar lo que hay: que alguien hace una magia extraña... pues bueno, la magia es extraña por definición, si no, no sería magia; que me hablan de unos Abrasapuentes a los que no parecen ni conocer en su casa a la hora de comer (más adelante te das cuenta de que sí son bastante conocidos), yo trato de quedarme con los nombres y punto: soldados, gente del ejército, ya lo entenderé cuando toque. Esa falta exasperante de sentido crítico me ayudó a que el trauma con Los Jardines de la Luna se quedara en una ligera inquietud que se disipó rápido.

     Una vez superada la prueba de aguante, el mundo de Erikson se me reveló tan rico, tan fascinante, tan inagotable, que no tuve más remedio que rendirme y sumergirme en sus sendas mágicas, encontrándome a cada paso razas de mortales e inmortales, barajas de Dragón (¡disfruté como una enana cuando Velajada realiza la tirada!, ¡mejor que una de Tarot!) e incluso mundos oníricos (¡ay, Kruppe, qué buenos ratos he pasado dentro de tu cabeza dormida!), quedándome boba con las descripciones de ambientes que - pensaba a cada paso - sería increíble ver recreados en pantalla.


     Y los personajes... ¡ay, Señor, qué personajes! Es sobre todo por ellos que me gustaría ver una serie basada en la obra de Erikson, porque no son un vomitivo hatajo de impresentables codiciosos ávidos de poder, sino que muchos de ellos incluso tienen principios morales sólidos sin que eso los convierta en unos moñas atontados. Y en estos tiempos de cinismo extremo en los que a menudo los personajes con ética son considerados tontos y flojos, este enfoque me parece valiente, y mucho más si consideramos que tampoco son perfectos santos o, por oposición, malos malísimos, sino que todos tienen sus luces y sombras y sus motivaciones propias.

     ¿Pero de qué va esta saga?, ¿cuál es su premisa básica? Bien, Malaz es un imperio joven que no deja de expandirse. El emperador Kellanved lo convirtió en una entidad política fuerte, pero fue depuesto y asesinado junto a su mano derecha, Danzante, por Torva, la líder de la Garra (asesinos imperiales con nociones de magia). Tras librarse del emperador, Torva tomó el cetro con el nombre de Laseen y desde entonces continuó desarrollando la empresa expansionista de su antecesor. Eso implica que el imperio malazano se halla sumergido en conflictos bélicos constantes, pero en estos conflictos no sólo intervienen las armas convencionales, sino también la magia (cada unidad integra en sus filas un cuerpo de magos), y parecen concernir a un abultado catálogo de personajes, incluyendo a inmortales y a razas ancestrales. Todos ellos conforman la urdimbre de este magno tapiz que es Malaz.

     Como ya he dicho, son en gran medida sus personajes los que hacen que Los Jardines de la Luna y Malaz sean tan grandes. A continuación describo algunos de ellos (no todos, son un montón), sin revelar aspectos importantes de la trama. El orden es aleatorio y no refleja una preferencia (bueno, en el caso de mi querido Ganoes Paran sí, él va a la cabeza).


GANOES STABRO PARAN: Joven capitán malazano que es captado por Lorn, consejera de la emperatriz, para una oscura misión que tiene como objetivo a los Abrasapuentes. A consecuencia de ello, Paran se pasa la mayor parte de sus intervenciones cargando con una crisis de valores nada despreciable, porque Ganoes es, y de esto no cabe la menor duda a pesar de sus conflictos morales, un personaje honorable. Su carácter tiene, además, unos rasgos de gravedad, patetismo (en la primera acepción de "patético", no en la segunda) y tendencia a la tragedia que me lo hacen irresistible. 

ANOMANDER RAKE: Hijo de la Oscuridad (literalmente), Tiste Andii de piel negra como la noche y cabello plateado, Señor de Engendro de Luna - una fortaleza-montaña que flota y puede desplazarse de un lugar a otro, personificación del enigma y el misterio. Existe algo curioso con respecto a este personaje, algo de lo que no me di cuenta al leer el libro, sino este estupendo artículo del mismísimo Erikson, Anomander Rake y el punto de vista,, traducido por Daniel Garrido e incluido en su blog El Caballero del Árbol Sonriente. 
En él, el autor de Malaz nos revela que sólo en una ocasión toma el punto de vista de Anomander Rake como referencia. En el resto de ocasiones sabemos de él por los otros personajes: cómo lo ven, qué piensan de él, qué sienten en su presencia... Y es precisamente de esa manera, esquivando el punto de vista del Señor de Luna, como consigue revestirlo del halo legendario que lo convierte en favorito de muchos lectores. 



KRUPPE: Ciudadano de Darujhistan y, de seguro, uno de los magos más capacitados que puedan existir, aunque su aspecto bonachón y orondo no lo haga sospechar. Se pasa el día metido en la taberna, tragoneado sin parar, pero por la noche se mueve como pez en el agua en el mundo de sus sueños, firmando algunos de los fragmentos más magistrales del libro en sus viajes oníricos. Habla de sí mismo en tercera persona y... ¿qué más se puede decir de él? Sin duda es uno de los personajes más grandes jamás creados, y está entre mis favoritos del universo de Erikson.

WHISKEYJACK: Veterano de mil batallas, sargento del noveno pelotón de los Abrasapuentes y miembro de la vieja guardia del depuesto emperador Kellanved. Tal vez por eso a la emperatriz Laseen le resulte incómodo y desee purgarlo sin llamar demasiado la atención. Whiskeyjack ha visto demasiadas cosas y conoce lo peor de la condición humana. Puede que no le quede fe, pero hará todo lo posible por proteger a sus hombres. Otro personaje ante el cual quitarse el sombrero.






VELAJADA: Maga del segundo ejército y experta intérprete de la Baraja de Dragones. Tiene más de doscientos años de edad, aunque su apariencia es la de una joven corpulenta y un poco gruesa, con un atractivo nada despreciable cuando sustituye el uniforme por ropa más favorecedora, como constatará Toc el Joven (y no sólo él). Al ser ascendida a un cargo de más responsabilidad se gana la antipatía de Mechones.


MECHONES: Mago que aparece destrozado y al borde de la muerte en la primera escena bélica del libro y luego da más guerra que el Muñeco Diabólico. Y no, la comparación no es casual...



KALAM MEKHAR: Antiguo asesino de la Garra que forma parte del 9º pelotón de los Abrasapuentes. De raza negra, complexión de armario ropero y habilidad consumada para la lucha con cuchillos. Protegido por su amigo Ben, recorrerá Darujhistan a través de sus calles y sus tejados para cumplir las misiones de su unidad. 


BEN, EL RÁPIDO: Mago del 9º pelotón. Aunque alguien podría cometer el error de considerarlo un hechicero del montón, posee una habilidad consumada y hasta es capaz de dejar en ridículo a algún que otro Ascendiente. Amigo del alma de Kalam, ambos son como uña y carne. 



VIOLÍN: Zapador de los Abrasapuentes, experto en explosivos. Hace lecturas espontáneas de la Baraja de Dragones mientras su amigo Trote se inventa complicados juegos con las cartas. Tiene barba pelirroja y un aspecto bastanteo estropeado para su edad.

LÁSTIMA: Jovencísima recluta de los Abrasapuentes con muy pocos remilgos a la hora de matar y torturar. Su conducta despiadada llega a alarmar a sus compañeros de armas, más curtidos y con muchos más años que ella.

DUJEK UNBRAZO: Puño del ejército malazano a cuyas órdenes sirve Whiskeyjack (ambos son viejos amigos). Es un hombre curtido en la guerra, de rostro deformado por innumerables cicatrices y, como su apodo indica, más manco que Cervantes.


TOC EL JOVEN: Su padre, Toc el Viejo, fue una de las víctimas de las purgas de la emperatriz Laseen. Toc sirve en el ejército y su rostro sufre graves heridas durante la toma de Pale. Otro personaje al que cogí mucho cariño.

LORN: Consejera de la emperatriz, una mujer joven y comprometida con su labor, a pesar de que ésta le sea ingrata a menudo y que ponga en jaque sus principios morales, pero ¿quedan principios morales tras el severo y despiadado entrenamiento para asumir en uno de los cargos más elevados del imperio?

ONOS T'OOLAN: Guerrero t'lan imass conjurado por Lorn para que la ayude a hacer una faena complicada al servicio del imperio. Los t'lan imass son una raza ancestral de no muertos con el aspecto de decrépitos cadáveres que no acaban de morir nunca; la manera en que Erikson los usa para darle "profundidad temporal" a la historia, valiéndose de sus recuerdos, me parece muy ingeniosa.

AZAFRÁN: Joven daru (de Darujhistan) que se mete en un lío muy gordo mientras se dedica a recorrer los tejados de su ciudad para ejercer el noble arte del latrocinio. La primera escena que protagoniza me pareció la versión seria del examen de Tepic para el Gremio de Asesinos en Pirómides, de Terry Pratchett.


BARUK: Alquimista Supremo de la Cábala de Darujhistan y miembro de una tupida red de espionaje con fines políticos existente en la ciudad.

RALLICK NOM: Asesino y espía de Darujhistan con una venganza pendiente. Otro de mis favoritos, sobre todo por su conducta protectora con Azafrán.

TRONOSOMBRÍO, COTILLION Y LOS NUEVE MASTINES: Tronosombrío, también llamado Ammanas, es un Ascendiente (una especie de semidiós) que regenta la Casa de Sombra. Cotillion ejerce como su segundo, y sus lugartenientes son nueve cachorritos del tamaño de ponis que forman su corte. Cuando aparecían los mastines de Sombra yo me relamía, sus intervenciones no tienen desperdicio y siempre, siempre, garantizan acción y emociones fuertes.






OPONN: Ascendientes gemelos - hombre y mujer - que rigen la mutabilidad de la suerte. Nadie puede estar tranquilo si Oponn anda cerca, pues cualquier situación, por clara que parezca, puede tornarse inestable en un abrir y cerrar de ojos.





EL EMBOZADO: La Muerte en el mundo de Malaz. Morir equivale a cruzar las Puertas del Embozado. Los personajes lo tienen en la boca a cada minuto. Si hasta juran por él...


ARPÍA: Madre de los Grandes Cuervos y servidora de Anomander Rake. Me gusta a mí este pajarraco...


A partir de este punto pueden desvelarse algunos detalles que, si bien no son spoilers propiamente dichos, probablemente a algún lector le guste descubrir por sí mismo. Quedáis avisados.

     Además de sus personajes, que son un enorme aliciente para leer Malaz (sobre todo cuando estableces tu lista de favoritos y comienzas a seguirlos como si tuvieran una cuenta en alguna red social, esperando como agua de mayo sus intervenciones, sus "actualizaciones"), lo que más me enganchó de esta saga fue la enorme cantidad de magia que contienen sus páginas (no entiendo cómo no chiporroteaba el libro cuando estaba cerrado, cual grimorio de la biblioteca de la Universidad Invisible). Ya lo he mencionado, pero es que creo que merece la pena recalcarlo. 

     Creo que fue a finales de 2017 y durante el invierno y la primavera de 2018 que experimenté un súbito parón y hastío de mi género favorito, y eso me tenía seriamente preocupada. "Yo amo la fantasía, ¿qué me está pasando?", me preguntaba, desesperada. Lo intenté con Brandon Sanderson, y a pesar de reconocer que es buen escritor y que la que tenía entre manos era una buena historia, no acababa de atraparme del todo. Cuando me sorprendí dando cabezadas con el primer volumen de El Archivo de las Tormentas en versión e-book entre las manos durante una sobremesa especialmente plácida, empecé a interrogarme en serio por lo que echaba a faltar en la Fantasía que estaba leyendo para llegar a esos niveles de desmotivación y tedio. 

     La desesperación llegó a ser tan tremenda que hice lo que nunca creí que haría: echarme en los musculosos brazos de Conan. El género de espada y brujería siempre había sido para mí anatema: yo soy de fantasía épica, no presto atención a fortachones sin seso que lo arreglan todo a base de espadazos, yo tengo dignidad y me gustan las cosas finas... Pues bien, Conan fue exactamente el revulsivo que necesitaba, y descubrí una vez más lo estúpidos que pueden hacernos ser los prejuicios. Aparte de que el cimmerio no tiene un pelo de tonto, me encantaron los ambientes densos trazados en pocas palabras que Howard era capaz de crear, la fuerza y viveza de su prosa y, sobre todo, la cantidad de hechiceros de mala baba que aparecían en sus páginas. ¡Eso era! ¡Hechicería!, ¡magia! Eso era lo que faltaba, o lo que no estaba presente en las cantidades industriales en las que yo la necesitaba, en la literatura fantástica que venía leyendo.

     Recuerdo una vez que alguien, al saber de mi afición por la Fantasía, me preguntó si mis personajes favoritos eran los guerreros (¿o fueron los príncipes?). Le contesté que no, arrugando el entrecejo mientras buscaba la respuesta correcta. "¿Los magos?". Sí, ésa era la respuesta correcta: los magos, los hechiceros, las brujas... Ésos son mis personajes favoritos de Fantasía (junto con los héroes trágicos, que también pueden conmigo). Amo la magia de la magia, valga la redundancia: las conspiraciones y los temas de corte, la exploración de mundos... todo eso se me queda corto y me resulta insuficiente si no hay alrededor una elevada densidad de hechiceros usando sus poderes y sembrando el caos. Y eso que andaba intuyendo con Conan se hizo plenamente consciente para mí en la escena de la batalla de Pale, cuando unos magos malazanos se enfrentan al Engendro de Luna. 

     Si además de esa salsa, ese sabor imprescindible, me ofreces a Paran, que es el héroe-trágico-de-mis-sueños por excelencia, me tienes ganada para siempre (por cierto, que Paran es un héroe trágico lo supe en la primera escena, y cuando digo primera, me refiero al prólogo, donde aparece un Ganoes de doce años conversando con Whiskeyjack; no me preguntéis cómo lo hago, debe de ser un olfato especial). Porque, por si la magia no fuera suficiente, la obra de Erikson destila tragedia (y no sólo con el personaje de Ganoes Paran), un cierto regusto amargo y fatalista que es muy de mi gusto y me hace plantearme si no tendré una venilla sádica y perversa. 

     Sea como fuera, el sufrimiento grandilocuente, la solemnidad, el pesimismo existencial, la sensación de que los personajes están vendidos (¡la consciencia de los mismos personajes de estar vendidos!), de que pese a sus esfuerzos el mundo se va al garete... todo eso conecta conmigo de un modo especial. Hace poco leí en una opinión sobre Malaz precisamente esto, que Erikson era un melodramático, y sí, es una verdad como un templo. Es un melodramático, pero no hace melodrama barato: la tragedia de Malaz no es una tragedia de telenovela; es, si acaso, una tragedia "a la griega" (de hecho, algunas reseñas resaltan el "alcance homérico" de la saga, ahí es nada...). Sin embargo, eso no es óbice para que el humor esté presente, y no miento ni exagero si digo que Malaz me ha arrancado sonrisas y hasta risas.


Aquí supe yo que el pequeño Ganoes apuntaba maneras de héroe trágico, ¿alguien da más? Por cierto, la estupenda ilustración es de Michael Komark

     En fin, cuando un libro tiene magia, tragedia, personajes memorables, humor... lo único que resta es leerlo, sumergirse y dejarse llevar. Si lo intentáis con Malaz, tened presente la fuerza de las olas: dicen -yo, afortunadamente, no lo he comprobado en carne propia- que si una ola te envuelve y te arrastra, lo peor que puedes hacer es resistirte; si te resistes, el mar te engulle, pero si permaneces tranquilo y sigues el fluir de la ola, ella misma te deja en la orilla. No sé si es cierto, pero Malaz es así: si intentas controlar la historia, si necesitas tenerla agarrada por el mango, plegada a tu voluntad,  y a a tu entendimiento, acabarás frustrado, pero si te permites fluir con ella, descubrirás algo de proporciones épicas, una experiencia que merece la pena ser leída y sentida en toda su complejidad, en todo su apabullante esplendor.

*Al término de este artículo, ya voy por el tercer tomo de Malaz, "Memorias del hielo", y sigue mejorando con cada página.