Tal vez influía en esta inconstancia el hecho de que “El último deseo” fuese más una especie de recopilación de relatos sobre Geralt que una novela propiamente dicha, con un hilo conductor definido; tan sólo los capitulillos intermedios llamados La voz de la razón parecían dotarlo de una continuidad. No obstante, no quiero cargar la responsabilidad sobre el libro, sino sobre mi inconstancia: la prosa de Sapkowski es brillante, su lenguaje tiene mucha chispa y también esa rara virtud de la adecuación de registro de la que tanto nos hablaban en el instituto y que tan poco se ve en la literatura fantástica (tampoco es que se vea mucho otros tipos de literatura, pero hablo de mi favorita y de la que más conozco).
En muchas obras que he leído – y que me han gustado mucho, que conste – todos los personajes parecen ser nobles bien hablados y con estudios universitarios, o al menos personas con un nivel cultural medio-alto, desde el venerable elfo que ha tenido cientos de años de vida y medios sobrados para instruirse hasta el asesino a sueldo, pasando por el campesino, el mago, el comandante del ejército o la hija del carnicero con poderes sobrenaturales; todos hablan igual, o muy parecido, y sus diferencias dialectales – si existen diferencias en la procedencia geográfica de los personajes – sólo se nombran, pero no tienen un reflejo efectivo en los diálogos. Sin embargo, los personajes de Sapkowski expresan con su forma de hablar su carácter, su extracción social, su nivel cultural y su procedencia geográfica; son educados si conviene a la ocasión o sueltan tacos en los momentos en que se deben soltar; esto último en concreto, confieso, me llamó mucho la atención, y dota a las criaturas literarias que transcurren por la saga de Geralt de Rivia de unos visos de realidad difícilmente alcanzables en otras obras de literatura fantástica. Geralt es creíble, Jaskier es creíble… todos podrían ser personajes de nuestra realidad si los sacáramos del libro y los despojáramos de espadas y mutaciones o del laúd y el sombrerito de la pluma azul, respectivamente. Son auténticos, cotidianos, tiernos, despiadados y hasta vulgares.
Pero no es tan sólo su lenguaje los que los hacen así: sus reacciones, sus sentimientos, sus enfermedades y necesidades fisiológicas – nunca antes atendidas con tanta naturalidad – los hacen tan especiales como son.
Cuando me puse en serio bajo la influencia de Geralt de Rivia, cuando me di la oportunidad de caer bajo su embrujo, el Lobo Blanco me conquistó enseguida. El segundo libro lo devoré ansiosa, y en cuanto lo acabé, me faltó tiempo para hacerme con el tercero, que estoy a unas páginas de concluir (confieso que tengo miedo de hacerlo, porque en cuanto eso pase, necesitaré el cuarto urgentemente).
¿Pero quién es Geralt de Rivia? Es un brujo, cazador de monstruos. En un mundo dominado por estriges, lobisomes, lamias, grifos y otros engendros, los brujos son profesionales que acaban con estos seres a cambio de dinero, como una especie de exterminadores de insectos, pero de insectos a gran escala. Los brujos son entrenados en la disciplina de la lucha en la fortaleza de Kaer Morhen, y finalmente se les somete a unas pruebas a base de unos brebajes secretos (la prueba de las Hierbas) a las que muy pocos sobreviven. Los que lo hacen sufren severas mutaciones pero se convierten en máquinas de matar casi infalibles; en el proceso pierden la capacidad reproductiva y sus sentimientos. Aquellos que son seleccionados para convertirse en brujos son niños abandonados o reclamados mediante el derecho de la Sorpresa (la famosa fórmula de algunos cuentos de hadas por la que alguien, normalmente un demonio, genio o ser similar, hace un favor a alguien a cambio de algo que tiene en casa y que aún no sabe; por supuesto, suele ser un niño que su mujer ha parido en su ausencia y de cuya existencia el infortunado no sabe nada).
Geralt es un brujo albino de espada certera y que, a pesar de lo anteriormente dicho, posee un código ético propio y muy a su pesar, sentimientos. Estos sentimientos se nos van revelando poco a poco, a pesar de la insistencia del protagonista en negarlos: Geralt es capaz de ser un amigo leal para con Jaskier, el trovador mujeriego que lo acompaña en muchas aventuras (gran, gran personaje, es como el amigo graciosillo del héroe, pero con estilo propio), y pierde la compostura cuando Jennefer, la hechicera que lo tiene enamorado, anda cerca. Atiende a su amiga Triss Merigold cuando está gravemente enferma como ninguna otra persona lo haría (según las propias declaraciones de Paulie Dahlberg, que llega a afirmar: “Pero que el brujo... De mi asombro no salgo. Eh, Zigrin, si tú tuvieras hembra, ¿la lavarías y la peinarías? ¿La llevarías en brazos a las matas cuando tuviera que...?”) y se hace cargo de Ciri, su niña-Sorpresa, con las mejores intenciones. Geralt es una irresistible mezcla de cinismo, sinceridad, carácter, mal humor, honestidad, malditismo y ternura, una curiosa combinación que hacen de él el antihéroe más heroico de la literatura fantástica, un personaje al que se puede querer, precisamente, por esos defectos en los que es pródigo y que no oculta, pero también por esa manía suya de buscar siempre su camino con honradez, aun cuando a veces tenga que escoger de forma dramática el mal menor.
De los relatos del primer tomo, que son cuentos de hadas populares y temas habituales de la literatura fantástica retorcidos y pervertidos de forma magistral por Sapkowski, hasta el tercer libro, en el cual Geralt cede protagonismo a Ciri, que se perfila como un personaje esencial en el desarrollo de la trama, lo que he podido conocer de la saga ideada por Sapkowski rebosa autenticidad. Se tratan en ella temas de calado moral, tan viejos como el mundo, y por ello mismo, de candente actualidad; cuenta una historia que te atrapa y cuyos matices y giros nos los va desvelando el autor en dosis precisas, consiguiendo que la trama no se convierta en previsible o tópica en ningún momento.
Para quien desconfíe de la calidad de la Literatura Fantástica; para quien, tras empacharse de elfos, enanos y magos, necesite otra visión de la fantasía tradicional y, en definitiva, para toda aquella persona que quiera pasar un buen rato atrapada por un libro, descubriendo una buena historia, la Saga de Geralt de Rivia es una muy buena opción.
Tardé en caer víctima del embrujo de Geralt de Rivia, pero fue de forma definitiva.
IMÁGENES
1. Dibujo que representa a Geralt de Rivia – muy acertado, según mi gusto –, también llamado Gwynnbleid, el Lobo Blanco.
2.Portada de Bibliópolis para “El último deseo”, en la que se representa el medallón que los brujos llevan al cuello, cuyo temblor les advierte de la presencia de magia.
3.Portada de Alamut para “La espada del destino”, que representa de forma magistral a la hechicera Yennefer de Vengerberg, la mujer que enamora a Geralt. Tiene un carácter muy fuerte e independiente y, en cierta manera, cruel, muy alejado de los tópicos diseñados para la típica pareja del héroe de las historias de fantasía.
4.Portada de Alamut para “La sangre de los elfos”, tercer tomo de la saga. En ella se representa a Jaskier, el trovador mujeriego amigo de Geralt (lo supe por el laúd y la pluma del sombrero), aunque personalmente me imagino a Jaskier más atractivo (como bien dice Dijsktra: “Ya sé que tienes cerca de cuarenta años, tu aspecto es de cerca de treinta, te crees que tienes poco más de veinte y actúas como si no tuvieras ni diez.”).
5.Geralt de Rivia, interpretado por Michal Zebrowski en la película y serie polacas inspiradas en esta obra que, por cierto, no gustaron nada al autor por no respetar la saga original. No he visto ninguna de las dos, pero lo cierto es que la caracterización de Geralt no está mal.
6.Dibujo inspirado en el modelo del videojuego The Witcher, que toma como argumento la obra de Sapkowski. Representa a Geralt tras terminar una faena.