Te espero... y sé que vendrás.
Vendrás cuando nos hayamos despojado de mentiras, cuando el velo de hipocresía de este mundo se alce, y nos veamos puros en el cristal del alma.
Tal vez ese día el sol brille con fuerza, o la lluvia moje con su húmedo roce la hierba vestida de verde satén. ¡Qué importa la meteorología! Será de todos modos igualmente hermoso.
Vendrás inocente, como el pequeño príncipe que rescató de su desierto interior al aviador perdido, y lo hizo volver al cálido refugio de su infancia. Vendrás con ojos bondadosos, y tan transparentes como las lágrimas de alegría.
Vendrás cuando yo sea, simplemente, yo. Cuando mis cicatrices me hayan hecho a la vez más fuerte y más tierna. Cuando haya liberado con lágrimas de nácar los nudos de mi alma.
Vendrás cuando, al igual que una mítica heroína, me surjan rayos clarividentes de los ojos que me permitan ver tu interior, sólo aquello que importa, sólo aquello que es invisible a una mirada cotidiana.
Y cuando tú vengas, no importará ya lo que suceda luego. No importará lo que seamos ni lo que el mundo crea que somos. Sólo importarán los lazos que creemos.
Sí, al final, sólo importan los lazos.