sábado, 17 de agosto de 2019

MI PRIMERA ENTREVISTA


¿Que por qué he tardado tanto -meses- en subir al blog mi primera entrevista? Imagino que tiene mucho que ver la timidez patológica, muy cercana al terror, que me asalta cuando pienso en dar a conocer mi obra.

Pero, bueno, el miedo está para vencerlo, así que aquí está la primera entrevista tras la publicación de Hijos del río, mi obra primogénita. Me la hizo, muy amablemente, mi amiga y compañera de la carrera Eva María Galán Sempere, autora de Alquibla, un blog de referencia sobre el mundo de las bibliotecas.

Fue una entrevista de diez preguntas sobre Hijos del Río y otros temas relacionados con la literatura y la vida que contesté con mucho gusto. Reiterar desde aquí mi agradecimiento a Eva por esta oportunidad.

Espero que os guste.

Entrevista sobre "Hijos del río" en Alquibla

lunes, 24 de junio de 2019

UNA DEFENSA APASIONADA DE LOS CUENTOS DE HADAS TRADICIONALES

La noticia saltó a los medios hace ya un par de meses: en un colegio retiraban más de doscientos cuentos (o los consideraban bajo la perspectiva de género, según la segunda versión) tras un concienzudo estudio llevado a cabo por el AMPA del centro en cuestión. Lo confieso: se me revolvieron las tripas. Si hay un elemento hermoso y cálido que me evoque mi infancia, ése es, sin duda alguna, el rico corpus de cuentos tradicionales del que disfruté, tanto a través de la transmisión oral (mi madre y, sobre todo, mi abuelo materno) como de la escrita. Sin los cuentos de hadas tradicionales, yo no sería yo y mi imaginación habría sufrido de un grave cuadro de inanición. 

Si la Fantasía ha sido el edificio sobre el que he asentado mis gustos lectores (y de escritura, cuando escribo), los cuentos de hadas tradicionales son el basamento, los cimientos primordiales de mis capacidades creativas (sean éstas lo fértiles que sean), así que cualquier intento de eliminarlos, esconderlos o deformarlos para adaptarlos a los gustos de la modernidad (censurarlos, a fin de cuentas) me hace sacar los dientes como haría cualquier lobo feroz que se precie, o las uñas, en el caso de las brujas.

Con esto no quiero decir que sea imprescindible que un niño escuche o lea cuentos tradicionales; no lo es y, de hecho, hay chavales a los que no les gustan, sin más, y otros que no reciben esta influencia, y no por ello presentan deficiencia alguna en su formación. Lo que pretendo defender es el derecho de los que aprecian esta expresión cultural a gozar de cuentos significativos y que no hayan sido víctimas de un proceso censor que los deforme hasta matar su espíritu.

Cuando este asunto saltó a la palestra, leí muchas opiniones (más o menos acertadas desde mi punto de vista) contrarias al acto que refería la noticia, pero también otras que justificaban los hechos, y que lanzaban a los foros una pregunta de apariencia muy legítima: ¿Qué puede un niño aprender de bueno de unos cuentos sexistas, racistas, violentos y repletos de peligrosos contravalores? Pues bien, como ésa era la pregunta, trataré de contestarla basándome en mi propia experiencia. ¿Qué aprendí yo de los cuentos?, ¿hubo algo en ellos que me traumatizara?, ¿qué les vi para considerarlos tan valiosos como actualmente los considero? Obviamente, este relato va a estar plagado de anécdotas infantiles y momentos que han permanecido en mi memoria. Y es que, a pesar de tener buena memoria, considero que sólo los recuerdos portentosos (tanto por lo bueno como por lo malo) tienen la capacidad de resistir con tan buena salud el paso implacable de los años, y los cuentos de hadas tradicionales lo consiguieron conmigo. Vamos allá.


EL IMPULSO LECTOR: TODA UNA TRAYECTORIA ACADÉMICA SALVADA POR LOS CUENTOS DE HADAS TRADICIONALES


En septiembre de 1986 comencé a ir al colegio. Desde el primer día, la actividad académica me entusiasmóSin embargo, si uno o dos años antes le hubieran preguntado a mi madre acerca de mi disposición a las tareas escolares, la respuesta habría sido desalentadora: por cuestiones de salud hice los párvulos en casa y, al parecer, era muy vaga para todo lo que tuviera que ver con el lápiz. ¿Qué cambió en mí? ¿La oportunidad de socialización me activó a nivel intelectual? No digo que no, pero tengo mis dudas: si socializar hubiera sido lo único en despertar mi interés en la escuela, me habría convertido en la estrella de los recreos, algo que siempre he estado muy lejos de ser. ¿Qué fue entonces?

En mi opinión, el secreto reside en los cuentos de hadas. Desde muy pequeña (prácticamente desde que entendí el lenguaje hablado), mi madre me leía cuentos todas las noches; también me los contaba de viva voz, pero ése era un arte en el que destacaba más mi abuelo, a quien recuerdo sentándome en sus rodillas y desgranando los relatos que conocía, que no eran muchos, pero sí fantásticos y contados con una gracia muy especial. Entre los dos me convirtieron en una devoradora de cuentos que no veía nunca la hora de irse a la cama.

Para mi madre, que era la que pasaba más tiempo conmigo, esa demanda insaciable debía de resultar agotadora, así que comenzó a repetirme una promesa cuando me mostraba insatisfecha tras una sesión de cuentos: "Cuando aprendas a leer, podrás contarte a ti misma los cuentos que quieras siempre que te apetezca". ¡Y resultó ser verdad! Cuando aprendí a leer, en el verano de 1986, pude comprobar que aquella habilidad era un tesoro, que podía repetir un cuento tantas veces como quisiera y descubrir nuevos relatos sin límite alguno. Francamente, considero que ésa fue la semilla de mi cambio interior.

Eso no habría pasado si los cuentos a mi alcance hubieran sido pestiños políticamente correctos, si hubieran carecido de la salsa tan especial que contienen los relatos tradicionales, los cuales, no lo olvidemos, ya nos llegan en versiones purgadas. Los hermanos Grimm realizaron un monumental trabajo de adecuación al público infantil de unos cuentos que en su primera publicación perseguían sólo objetivos científicos y de recuperación del folklore y que, por tanto, no omitían nada; Perrault no escribía para la infancia, sino para la aristocracia cortesana francesa, pero sus cuentos también habían sido despojados de sus elementos más conturbadores en las versiones dedicadas al público infantil del siglo XX. No sé cómo habría reaccionado yo si hubiera leído el material "en bruto" de los cuentos tradicionales, pero lo que sí sé es que unos relatos tan higienizados, planchados, plegados, limpios y asépticos como los que ahora pretende cierto sector social y educativo me habrían aburrido hasta la náusea.

Aunque sobre eso ya volveré más adelante. A continuación, los ejemplos concretos...


LOS CUATRO HERMANOS: ¿Y SI EL MALO NO FUERA TAN MALO Y LOS BUENOS NO FUERAN TAN BUENOS?

Adoraba mi colección de cuentos de los hermanos Grimm de la editorial Toray, ilustrado magníficamente por María Pascual (y la adoro, es uno de los tesoros de mi infancia que conservo). Me encantaban los cuentos que contenía... excepto el primero, Los cuatro hermanos, que me ocasionaba un sentimiento de rechazo notable. Y es que no podía con los protagonistas, cuatro pisaverdes imberbes, absurdos y entrometidos que se van a rescatar a una princesa para hacer fortuna.


Este recuerdo concreto data de mis cinco o seis años, siete a lo sumo. A mí me habían leído ya la historia y, si para entonces tenía seis o más, la había leído por mí misma; ya la odiaba intensamente, aunque no sabía por qué. Me recuerdo jugando"con mi imaginación" (es decir, yo sola, hablando conmigo misma y con los personajes imaginarios que mi mente creaba) en la amplia entrada de la casa de mis abuelos maternos, ataviada con una capa (un trapo lo suficientemente largo como para servir de capa y arropar, más que mi cuerpo, mi fantasía), cuando caí en la cuenta de una idea revolucionaria: a mí me gustaba mucho más el dragón de Los cuatro hermanos que los odiosos protagonistas, a los que veía en las ilustraciones con unas caras de moñas (y unos inmundos recortes de tazón) que me tiraban de espaldas. Se me ocurrió que, en la ilustración en la que la princesa cautiva aparecía junto al dragón, no tenía pinta de estar en mal estado y hasta le rondaba los labios una sonrisita la mar de feliz y relajada. ¿Y si la princesa quería estar con el dragón? ¿Y si los cuatro imbéciles no estaban más que molestando y destruyendo la historia de amor entre la bella y el monstruo alado?



Me cercioré: sí, la princesa sonreía cuando estaba junto al dragón y, por el contrario, tenía un gesto de horror pintado en el rostro en la estampa en la que el monstruo perseguía al barco de sus "salvadores". Pero, ¿y si el gesto de horror era en realidad miedo a que su amado resultara muerto en la refriega? Repasé el cuento: en ningún momento se pedía la opinión de la princesa sobre el rescate, pero al final, el rey, su padre, con muy buen criterio, les negaba la mano de su hija a los cuatro petimetres sin sustancia (a pesar de estar incluida en la recompensa). ¿Qué vería el sensato rey en estos cuatro gazmoños para no concederle a ninguno de ellos su joya más preciada? Pues eso, que eran tontos de solemnidad.

A partir de ahí, mi mente comenzó a volar: tal vez el dragón no había muerto, como aseguraba el libro, sino que sólo estaba herido, la princesa pasaría sus horas añorándolo y él se habría retirado a una cueva remota para recuperarse mientras planeaba un segundo rapto de su amada. Y ésta fue la primera vez que me cuestioné si los malos eran en realidad tan malos y los buenos tan angelicales, o qué derecho tenían estos últimos a hociquear en todo asunto pretendidamente heroico que se les plantara ante las narices. Gracias a Los cuatro hermanos comencé a albergar dilemas morales y me hice un poco más adulta. Disculpen ustedes si les resulta una enseñanza poco importante o, directamente, peligrosa, subversiva o perversa.


EL PÁJARO DE ORO: LAS COSAS NO SON LO QUE APARENTAN Y LA AMBICIÓN DESMEDIDA DE RIQUEZAS Y LUJOS PUEDE LLEGAR A RESULTAR CONTRAPRODUCENTE.

El pájaro de oro también venía incluido en la edición que he mencionado. Era uno de mis cuentos favoritos, y las ilustraciones me parecían de una belleza sin par, sobre todo la que abría el relato, con el pájaro de oro posado en la rama del manzano de oro. El cuento bebe del mito del Jardín de las Hespérides, pero por entonces yo no tenía ni idea de esto; para mí sólo era una historia de aventuras y magia.

Gabriel, el hijo del jardinero real, se comprometía a encontrar al pájaro de oro, que había estado robando manzanas doradas del árbol del jardín de su rey. El primogénito del jardinero ya lo había intentado, pero fracasó y desapareció al no escuchar las advertencias de un sabio zorro que le aconsejó pasar la noche en la posada pobre y destartalada del pueblo en vez de en la posada rica. Gabriel sí obedece al zorro, pero lo desoye en otras ocasiones en las que escoge una jaula de oro para llevar al pájaro, despreciando la de madera, y la silla de oro en lugar de la de cuero para ensillar al caballo dorado a la hora de escapar. Finalmente, acaba obedeciendo a su guía animal (el instinto en el mundo arquetípico de los cuentos) y su recompensa, además del pájaro, es la princesa Lina, quien rechaza al rey del Castillo Dorado para marcharse con el hijo de un jardinero (por cierto, si Lina no es una mujer que ejerce su libertad, yo ya no sé).

Aunque pueda parecerlo, no siempre el oro y la riqueza es lo más apetecible, no siempre podemos fiarnos de lo que mejor cara ofrece, y lo que nos muestra una apariencia maravillosa no es por definición lo que más nos conviene. Ah, y los zorros son unos animales muy listos, por si la enseñanza anterior les parece poca cosa (que sí, que ya sé que el zorro es el símbolo de la astucia instintiva de Gabriel, así son las sutilezas de los cuentos de hadas).


LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE (VERSIÓN PERRAULT): EL BESO NO ES SIEMPRE EL FINAL DEL CUENTO.



¡Oh, gloriosos años 80 y 90! ¡Oh, patrias de la libertad y el pensamiento crítico! ¡Oh, maravillosos tiempos en los que infancia no era sinónimo de indigencia mental y dependencia eterna! 

Corría el año escolar 1988-1989 y yo cursaba 3º de EGB (no de Primaria, que no tiene nada que ver) y en el libro de Lengua Castellana de Anaya nos proponían, además de las lecturas de apertura de cada unidad, un cuento tradicional (y fabulosamente oscuro y sangriento) en el apartado de Expresión Escrita. Nos lo dosificaban para que tuviéramos un episodio por unidad y nos alcanzara para todo el curso. En 3º tocó La Bella Durmiente del bosque de Perrault (en 4º fue La Bella y la Bestia de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont) y yo lo leí por propia iniciativa antes de que lo viéramos en clase.

¡Era terrible! Confieso que me impresionó mucho. En esta versión todo se desarrollaba como en las que había leído o escuchado hasta el beso final y el matrimonio del príncipe y la Bella Durmiente (ya convenientemente despertada de su sueño), pero ahí no acababa todo: luego, ambos cónyuges se trasladaban a vivir al palacio del príncipe. Durante el camino nacían sus dos hijos y, al llegar a su nueva residencia, la madre del príncipe los recibía con mucha amabilidad. Pero la suegra de la Bella Durmiente resultaba ser de la estirpe de los ogros y cuando su hijo se veía obligado a partir dejando a su familia atrás, llegaba a atentar contra la vida de su nuera y sus nietos con la intención de devorarlos. ¡Horrible! ¡Atroz! ¡Inmundo! ¿Cómo puede permitirse a tiernos infantes leer semejantes indecencias? ¡A la hoguera! 

Pues bien, tras los primeros momentos de impresión, el cuento... De acuerdo, seré sincera: tras los primeros momentos de impresión, el cuento seguía removiendo cosas incómodas, pero es que esa característica, que a algunas personas les resulta tan abominable, a mí me parece muy valiosa. Por supuesto, la malvada reina ogresa recibía su castigo (un castigo ejemplar, como sólo los hay en los cuentos de hadas) y, una vez digerido, el lector se percata de que el beso de amor no es sinónimo de final feliz y el matrimonio no es un camino de rosas, que el "vivieron felices y comieron perdices" nunca es la última línea de la historia. 

Para colmo, en mi mente quedó impresa una duda de lo más inquietante acerca del príncipe: si él era hijo de la ogresa, ¿era tan descabellado pensar que hubiera heredado algún perverso rasgo de su madre? Esa duda me persiguió hasta que, muchos años después, escribí un relato para darle respuesta, así que La Bella Durmiente del bosque de Perrault me aportó, y mucho. Y digo yo: ¿Tan terrible es que los niños sepan que en la pareja y en la vida no todo es coser y cantar? ¿Acaso no se enteran, y de la peor manera en ocasiones, por su experiencia cotidiana? Y, a la postre, el final feliz del cuento es un desahogo de las rémoras internas de los infantes, un desahogo del que no siempre dispondrán fuera de las páginas del libro.


LA MOÑA: APOTEOSIS DE LO ESCATOLÓGICO, ALABANZA DE LA TRANSGRESIÓN

No busquéis La moña en ninguna recopilación de cuentos de Grimm, de Perrault, de Afanásiev ni de ningún otro reconocido autor europeo. Tal vez en algún trabajo de Antonio Rodríguez Almodóvar, recopilador y estudioso de la cuentística española, se pueda encontrar algún relato que recuerde a este pequeño cuento patrio que es el culmen y la apoteosis de lo escatológico y el mal gusto, pero no recuerdo haberlo leído nunca tal cual. Yo lo escuché de boca de mi abuelo materno, que lo llamaba también, dependiendo del día, La moña cagona, así que ya podéis imaginar por dónde van los tiros.

La hija pequeña de una familia miserable, a la que el dinero no le alcanza ni para comer, se gasta en una muñeca la paga que su madre y sus hermanas han recibido por coser para los ricos. Ellas, que andaban desmayadas (no desvanecidas, sino flojas y débiles por el hambre), la castigan a dormir en el zaguán con la muñeca de marras. Nadie esperaba que, al caer la noche, la moña empezara a aliviar los intestinos a base de un montón de duros (5 pesetas, un fortunón antaño), acompañando su defecación con el cántico: "Cagar quiero muchos duros". 

Cuando la madre y las hermanas de las niñas se dan cuenta de lo sucedido, su opinión sobre la muñeca da un giro de ciento ochenta grados, al igual que lo hace la situación económica de la casa. El sastre y su mujer, vecinos de la familia, asisten sin poder creerlo del todo a su mudanza de fortuna, y se las apañan para enterarse del origen del patrimonio familiar. Entonces, ambos urden un engaño: el sastre simula marcharse por cuestiones de negocios y su mujer le pide la muñeca a su propietaria para dormir con ella y sentirse acompañada en las solitarias noches de ausencia de su esposo. 

La chiquilla se la cede sin objeción alguna, pero el juguete, avisado de las ambiciones de la pareja vecina, cambia esa noche la cantinela de los duros por otra que dice "Cagar quiero mierda blanda". El sastre y su esposa, ofendidos por el pobre y apestoso resultado de una noche de trabajo de la muñeca, la arrojan al retrete, pero la moña, que no desmerece en absoluto a la novia de Chuckie, engancha las posaderas del sastre cuando éste acude a hacer sus necesidades (años más tarde, mi abuelo me reveló la auténtica parte de la anatomía del sastre a la que la muñeca se agarraba, no creo que haga falta aclarar cuál pasó a ser la versión adulta) y sólo lo suelta a instancias de su dueña. 

Y así acababa el cuento, sin excesiva pena ni gloria. Éste no es exactamente un cuento de hadas, pero el elemento de la muñeca con vida hace que tampoco sea un relato costumbrista al uso. Resulta, por tanto, un híbrido extraño plagado de elementos escatológicos que sólo es posible encontrar en España. Y no lo digo yo, sino Antonio Rodríguez Almodóvar, quien afirmaba que únicamente en nuestro país puede hallarse una auténtica profusión de este tipo de aditamentos en la cuestística tradicional. Mientras que en otros países, la princesa que no se reía estalla a carcajadas con algún tropezón del pastor, soldado o gañán que prueba fortuna para sacar a relucir su sentido del humor, en la versión española, nuestro héroe dice "¿Qué tienes, prenda dorada, que no te ríes de nada? Verás que, con este trueno, te quedas desencantada", subrayando la rima con un cuesco de agárrate y no te menees. 

¿Que qué aprendí yo con La moña? ¡Venga ya! Cualquiera que conozca un poco el mundo de la infancia sabe de la pasión que sienten los críos por decir aquello de caca, culo, pedo, pis. No hay nada que más le guste a un tierno infante que soltar palabras malsonantes, cuanto más impresionantes y más malsonantes, mejor, así que escuchar a un adulto rompiendo el tabú de las palabrotas con tanta naturalidad en el contexto de un cuento es de lo más liberador que un crío puede vivir, y lo dice alguien que, de niña, era más fina que la princesa del guisante, pero ver a tu abuelo llorando de la risa mientras te cuenta un cuento, la complicidad que se genera en esos momentos... Eso no tiene precio.



LA FLOR DE LA LILÁ: LA GENEROSIDAD SIEMPRE TIENE SU RECOMPENSA, SOBRE TODO CUANDO NO SE ESPERA RECOMPENSA ALGUNA.


Respetando aquella fórmula de los cuentacuentos que reza "Y has de saber, oyente, que no miento; como me lo contaron, te lo cuento", yo he respetado el título que mi madre siempre le dio a esta historia, aunque la haya visto escrita como La flor de la Lililá. Mi madre escuchó el cuento en la radio, y le gustó tanto que lo memorizó y luego lo sacó a relucir para responder a mis voraces e insaciables demandas de cuentos. Me recuerdo a mí misma escuchándola extasiada mientras ella se dedicaba a las faenas domésticas.

En La flor de la lilá, un rey enferma gravemente, y un sabio sentencia que lo único que lo curará será la flor de la lilá, que nadie ha conseguido jamás. Los dos hijos mayores del rey intentan encontrarla, pero ambos fracasan y se pierden en el bosque. A esas alturas, cualquier niño un poco atento ya sabe que la razón de ambos descalabros es la extrema arrogancia de los jóvenes, que les lleva a despreciar y tratar mal a una anciana que les sale al paso pidiéndoles comida cuando están a punto de adentrarse en la fronda. El hijo pequeño, Juan, sin embargo, comparte sus alimentos con la mujer, lo que no sólo influye en el éxito de su empresa, sino que logra que la anciana se apiade de él cuando sus envidiosos hermanos lo matan, y lo devuelva a la vida como colofón del cuento, revelándose en los últimos compases de la historia como la mismísima Virgen María (en una cristianización más que patente del hada o la hechicera del bosque de los cuentos paganos).

Virgen, hada, bruja o hechicera, el arquetipo de la anciana sabia vertebra el cuento, y la actitud hacia su miseria, su vejez y su mal aspecto es lo que determina la suerte de los protagonistas. El niño que escucha el cuento capta el mensaje de inmediato: más allá de la apariencia de los pobres y menesterosos sigue habiendo seres humanos con dignidad que merecen nuestro respeto y solidaridad. Aunque, claro, lo del asesinato del príncipe a manos de sus hermanos puede turbar las mentes tiernas de los infantes o, más bien, las de de sus celosos protectores.


LA DE LA ESTRELLICA EN LA FRENTE: DECISIÓN, INICIATIVA Y RESPETO AL PROPIO CUERPO.

La de la Estrellica en la Frente es una de las muchas versiones hispanas de la Cenicienta. Me la contaba mi abuelo con su gracejo inimitable, y sin saber de literatura comparada, yo ya veía ciertas similitudes con la popular joven cubierta de cenizas, pero la de mi abuelo era mil veces mejor, dónde va a parar. 

Para empezar, la joven protagonista se ganaba su estrella en la frente -que, al parecer, resultaba de lo más favorecedora- y la protección de la Virgen María (otra vez la influencia católica en los cuentos de nuestra tierra) con su buen comportamiento; su hermanastra, una niñata consentida, recibe, en cambio, un rabo de burro en plena frente (lo cual nunca he encontrado yo demasiado cristiano para venir de manos de la Virgen, la verdad). 

En vez de hada madrina convirtiendo calabazas en carrozas y estableciendo límites horarios, es la propia protagonista quien, por iniciativa propia, hace servir la varita de la virtud, regalo de la Virgen, pidiendo vestido, zapatos, carruaje, caballos y cocheros ataviados con el mismo motivo (estampado con todos los peces del mar, con las nubes y con las estrellas, consecutivamente) y es ella misma quien determina su hora de vuelta a casa. Por otra parte, son tres noches, y no una, en las que nuestra chica intima con el príncipe en los torneos y lo burla dándole datos bien originales y graciosos acerca de su residencia. 

En el archiconocido episodio del zapato se produce un hecho que es glosado con todo lujo de detalles por aquellos que quieren poner de relevancia la extrema crueldad y violencia de los cuentos tradicionales: la hermanastra se corta el dedo gordo para que el zapato le entre (el talón en otras versiones). ¡Oh, por Dios, qué sangriento! ¡Casi deja en pañales a la Boda Roja! Ya cuando era una cría sabía que esa aberración no le iba a servir de nada a la del Rabo de Burro, y sí, es aberrante, y te hace arrugar la nariz frente al maltrato al que la hermanastra somete a su cuerpo para casarse con el príncipe. Repito: para casarse con el príncipe. ¿A nadie le recuerda a nada? Salvando las distancias, no son pocas las chicas que en la actualidad hacen de todo, incluyendo privarse de comida y vomitar el alimento (llegando a desarrollar enfermedades mentales como la bulimia y la anorexia), para cumplir unos cánones estéticos impuestos desde fuera. ¿Y este cuento es sexista? Si critica el sometimiento de las mujeres a la estética para conseguir pareja, ¿alguien puede decirme dónde está el sexismo?


LA GUARDADORA DE GANSOS: CONTAR LOS PROBLEMAS ES PARTE DE LA SOLUCIÓN.

Otro cuento de mi colección de los hermanos Grimm, el que más me apenaba, por la muerte del caballo Falada, a quien la suplantadora de la princesa protagonista ordena decapitar para que no cuente la verdad sobre su farsa (Falada es un caballo parlante). 

Y este cuento es, probablemente, uno de los más valioso de los hermanos alemanes, porque proporciona a los niños herramientas para hacer frente a cualquier situación que lleve aparejados el maltrato, la coacción y el silencio forzado. La criada malvada y traidora que arrebata a la princesa su identidad y ocupa su lugar junto al príncipe, la fuerza a guardar el secreto de su propio sometimiento arrebatándole un pañuelo mágico que su madre, la reina, le proporciona al comienzo de la historia. 

Amordazada y sojuzgada de esta manera, los días de la princesa transcurren miserablemente como guardadora de gansos. Es su compañero quien revela al príncipe la triste letanía de la cabeza de Falada ("Oh, princesa, si tu madre te viera, se le rompería el corazón de tristeza") y el príncipe, en última instancia, quien la anima a contarle sus cuitas a una chimenea mientras él la escucha desde la habitación contigua.

Rompiendo el secreto, superando la superstición de que había quedado sometida al perder el pañuelo mágico de su madre, es como la princesa no sólo libera su congoja, sino que consigue que su vida cambie y mejore, al ocupar el lugar que le corresponde, y el niño entiende el mensaje que le dice "no calles, no ocultes el dolor; denuncia, habla, cuenta tu problema, y todo podrá arreglarse". Éste es el primer paso para vencer el acoso escolar o cualquier tipo de abuso a manos de conocidos o desconocidos que los menores puedan estar padeciendo. Incluso existen teléfonos que son como chimeneas dispuestas a acoger relatos de sufrimiento e impotencia, y transformarlos en esperanza y soluciones. Que cuento tan horrible y perjudicial, ¿verdad? ¡Y la de contravalores que transmite! 


***

Hubo muchos más cuentos en mi infancia, y los ejemplos serían infinitos, pero dado que el siete es el número de la buena suerte y, por tanto, una cantidad "redonda", doy por concluidos los casos particulares y considero suficientemente respondida la pregunta que tanto inquieta a los guardianes de la moral, ésos que abogan por un mundo utópico con cuentos despojados de todo elemento violento o tradicional.

Vuelvo ahora a centrarme en la cuestión, analizando esa deseada utopía que para mí no es más que una horrible distopía, y que vendría a dar la puntilla a las mentes infantiles de nuestros días, ya suficientemente alienadas por otro buen montón de elementos ajenos a la lectura. Si finalmente consiguen despojar a la literatura infantil de los cuentos de hadas tradicionales,  si logran cercenarlos y mutilarlos hasta hacerlos irreconocibles, uno de los refugios de la imaginación y la fantasía habrá caído para siempre.



ENCUENTROS CON LA DISTOPÍA: CUENTOS SIN LOBOS NI BRUJAS


Esta fiebre sobreprotectora y mojigata en relación a los cuentos de hadas tradicionales no es nueva, yo ya me la encontré cuando todavía podía considerarme una niña. Mis padres tenían en la biblioteca de casa un libro que se titulaba Cómo educar a tus hijos. Por entonces, yo, inocente, nada sabía de que existían múltiples corrientes pedagógicas, así que aceptaba todo lo que decía el libro como si se tratara de dogmas incontrovertibles. ¿Que si leía un libro que estaba destinado a adultos y padres? ¡Por supuesto! Hay que leer de todo y, para ser sincera, me gustaban las estampas ilustradas del libro de marras. En una de ellas se ejemplificaba mediante dibujos las causas del miedo infantil, y seguro que no os resulta difícil imaginar una de ellas... ¡Exacto!: "Cuentos productores de miedo infantil". En el texto correspondiente aclaraba que los cuentos tradicionales estaban plagados de elementos que generaban miedo.

Yo siempre he sido muy obediente y he creído mucho lo que los libros cuentan, así que, al leer aquello, me planteé si los amados relatos de mi infancia no habrían perjudicado a mi personalidad. Me hice el firme propósito de renunciar a ellos y... bueno, poco tiempo después deseché aquel propósito, y es que criarse en la asepsis, resguardarse en una burbuja ajena a cualquier tipo de violencia, miedo o reacción inadecuada probablemente sea bueno (cosa que dudo mucho, por cierto), pero lo que puedo asegurar es que resulta mortalmente aburrido.

La mejor prueba me la dio un primo segundo un par de años menor que yo. Recuerdo una ocasión en que sus padres pasaron unos días en mi casa. Mi primo y yo jugamos, charlamos y hasta discutimos animadamente, y todo estuvo bien, hasta que en mala hora le propuse contarle unos cuentos. Aceptó encantado y me prestó toda su atención. Creo que empecé a relatar Blancanieves o La Bella Durmiente, y no pude disimular mi sorpresa y mi espanto cuando mi primo, de pronto, comenzó a hacer pucheros. Acudí asustada a su padre, que me aclaró que su hijo no estaba acostumbrado a escuchar cuentos donde aparecieran brujas. Mi sorpresa fue mayúscula, pero busqué en mi repertorio algún relato sin brujas. Escogí Caperucita Roja e hice un nuevo intento. Transcurridos los primeros compases de la historia, mi primo retomó de nuevo sus pucheros, dejándome total y absolutamente perpleja. Según la nueva aclaración de su padre, el niño tampoco estaba hecho a escuchar cuentos donde aparecieran lobos. 

Para calmar a su hijo y enseñarme el tipo de cuentos que debía contar, compuso in situ una historia cuyo protagonista se llamaba igual que mi lloroso primo, y la aventura más apasionante que debía enfrentar era salir a jugar a la pelota y conocer a otros niños. Fue entonces cuando aprecié la diferencia en toda su magnitud: los cuentos que yo conocía eran apasionantes, te hacían vibrar, contener el aliento o reír a carcajadas, despertaban ideas en el cerebro y prendían la llama de la imaginación. Lo que el padre de mi primo contaba era de una esterilidad angustiosa, no había allí nada con lo que fantasear, no despertaba ninguna emoción, más que la tranquilidad segura y monótona del más enervante aburrimiento.

Sólo por eso, por el compromiso de contar un relato con un mínimo de interés, preferiría atarme la lengua a relatar a un niño el tipo de cuento bobo, correcto y tedioso que se propugna en nuestros días desde los sectores más radicales del revisionismo y lo políticamente correcto.

Alguien podría contestarme que mi pobre primo estaba aterrorizado ante las brujas y los lobos, y que no habría sido bueno exponerlo a ese tipo de cuento cruel y oscuro que a mí tanto me gustaba. Tal vez yo tenga una personalidad retorcida y gore, aunque no aguante Juego de Tronos (ni, por extensión, Canción de Hielo y Fuego) ni me haya planteado ver The Walking Dead o ninguna película de la serie Saw. Tal vez sea así, y yo sea la bruja perversa de este cuento. Sin embargo, creo que los niños acaban por reproducir los terrores de sus padres, al menos durante la infancia, y el miedo a los cuentos tradicionales por parte de los adultos viene de un pavor no asumido a la propia sombra, a la parte más oscura de su personalidad. Cada lobo, cada bruja malvada, cada crueldad de los cuentos infantiles, les pone delante aquello de lo que tanto se empeñan en huir y, como padres amorosos que son, aquello de lo que querrían salvar a sus hijos para siempre.

Quienes así actúan ignoran también otra cuestión: los niños no son ángeles, aunque nos lo pueda parecer. Sienten impulsos muy parecidos a los de los adulto, pulsiones que no entienden y no saben expresar. Los cuentos les hablan de sus problemas con un lenguaje simbólico que sí pueden comprender. Son, por tanto, una vía de desahogo para las angustias de la infancia.

Y a fin de cuentas, por mucho que se quiera proteger a los niños, a pesar de los intentos desesperados de sus padres de ocultarles la crueldad del mundo exterior, la ilusión acabará rompiéndose, el príncipe Siddharta volverá a escapar para enfrentarse con la realidad del sufrimiento, porque si hay una verdad en esta vida es que no hay manera de huir de uno mismo para siempre. La Sombra es paciente y aguarda su turno para abalanzarse sobre el incauto que ha estado reprimiéndola durante años. Cuando esto sucede, el resultado es mil veces más traumático que la dentellada de un lobo de fantasía o las perversas tramas de la bruja de un cuento de hadas, así que, ¿no valdría más estar prevenido? 

domingo, 10 de febrero de 2019

TAG DE ARTE. 19: OBRA QUE ME PARECE PRECIOSA

     Me resulta imposible elegir sólo una, y eso me pasa en varias ocasiones a lo largo de este cuestionario, así que ahí van algunas de las obras que me parecen preciosas:




WILLIAM-ADOLPHE BOUGUEREAU: El nacimiento de Venus

     Es academicista se mire por donde se mire. De hecho, recuerdo una actividad de un libro de Historia del Arte donde se proponía la comparación entre esta obra de Bouguereau y otra de un artista de vanguardia, preguntando con muy mala idea algo así como cuál era la más relevante para la Historia del Arte, y sí, seguramente la otra ganaría por goleada en cuanto a representar lo que actualmente nos dicen que es arte y, por tanto, aquello que nos tiene que gustar, pero yo, en ese momento, me enamoré de los trazos limpios, de la atmósfera diáfana y la pureza del color y la luz de Boguereau, de lo bonitas que son sus obras.


     Esta Venus recién emergida que se peina el pelo con coquetería mientras se marca un "praxíteles" de impresión, me parece una maravilla, y también el color azul intenso del mar que la rodea, donde se amontonan angelotes y personajes mitológicos varios que la contemplan arrobados.






JOHN WILLIAM WATERHOUSE: Miranda

     Quedaos con este nombre, John William Waterhouse, porque no será ésta la única vez que salga a lo largo de este cuestionario. Y ya puesta a pedir alardes de memoria, quedaos también con el de Miranda, porque ambos irán unidos una vez más. 


     Miranda es un personaje de La tempestad, de Shakespeare, pero a pesar de lo que sugiere el título de la obra que inspiró a Waterhouse, este cuadro transmite serenidad. En él, Miranda contempla el mar en calma - aunque ensombrecido por unas nubes negras - desde la costa de la isla a la que ha acompañado a su padre  en su destierro. ¿Tal vez esas nubes sean el preludio de la tempestad que está a punto de desatarse?


     Me parece preciosa la manera en que Waterhouse pinta la actitud de abandono de la muchacha, ensimismada, meditando o tal vez rezando (¿de ahí sus manos unidas?), y también sus ropas de estilo griego con esos pliegues tan naturales. La atmósfera con la que el autor envuelve sus cuadros me tiene enamorada, al igual que la paleta de azul intensos que usa a la hora de representar el mar.






EROS Y PSIQUE (FRANÇOIS GERARD)

     Este cuadro me parece una hermosura, pero estuve a punto de no incluirlo, y es que me chirría mucho la forma en que se representa a Eros (y no es únicamente un problema de esta obra en concreto sino algo bastante generalizado). Puedo entender que la imagen infantil y juguetona de Cupido (la versión romana de Eros) haya influido enormemente a la Historia del Arte, pero si tuviera que seleccionar esta versión para representar la historia de amor entre Eros y Psique, la habría descartado sin contemplaciones.
 


     A ver, para entendernos: estamos hablando de un dios que desobedeció la orden de su madre, la todopoderosa Afrodita, y que se hizo víctima de sus propias flechas al contemplar la hermosura de Psique; de una joven consumida de pasión por su misterioso amado y que, al ser rechazada por él tras desvelar su rostro, presa de la desesperación, se sometió a los dictados de la diosa que la odiaba y llegó a pisar la antesala de la muerte; de un dios profundamente arrepentido y nostálgico que removió el Olimpo entero hasta conseguir de Zeus el permiso para elevar a su amada a la divina mansión de los dioses siendo ella una simple mortal. ¿Dónde dicen que se ve todo esto en el cuadro? Yo sólo veo a un mozalbete púber dispensando un casto beso en la frente a una muchacha que podría ser el epítome de la indiferencia. A nivel de historia y de sentimientos, este cuadro no me inspira nada.


     Pero tampoco puedo negar que es hermosísimo: la transparencia de la tela que pudorosamente cubre a Psique es de una calidad magistral, me ganan la luz y la aplicación tan delicada del color, y aplaudo la inclusión de la mariposa como símbolo de la inmortalidad del alma. En definitiva, que me encanta la técnica de este cuadro aunque no esté de acuerdo con la manera que escogió Gerard de transmitirnos la historia.



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      Obviamente, hay muchas más obras que considero preciosas, pero se haría muy largo incluirlas todas. En el siguiente capítulo... "Obra que me parece horrorosa". Próximamente por el blog, es decir, aquí mismo. 😉

lunes, 28 de enero de 2019

¿FANTASÍA O REALIDAD?... ¿ACASO IMPORTA?

Eran más de las dos de la tarde y yo leía en el Cercanías Memorias del Hielo. La acción llegaba a su apoteosis (bueno, una más entre un buen montón de apoteosis) con una escena desgarradora, una escena para el cual el adjetivo "épica" se queda bastante corto; era épica, sí, pero también era trágica, memorable, triste, gloriosa y devastadora a partes iguales.

Sin darme cuenta me he llevado la mano a la boca y por poco no suelto un sollozo en medio del vagón. Me imagino que nadie se habrá percatado, cada cual lleva su vida, y eso está genial (sobre todo porque no llevo bien eso de llorar en público, ni siquiera aunque sea un amago), pero la pregunta que se ha encendido en mi mente va más allá: no son pocos los que tildan a la Fantasía de escapismo, de no ser "real"; en ese caso, ¿es absurdo que algo no real sea capaz de desatar tales emociones?

Si bien es cierto que Capustan no aparece en ningún mapa, ¿no puede ser símbolo de tantas y tantas ciudades de nuestro mundo, asediadas, dolientes bajo las armas del enemigo, condenadas a la destrucción?, ¿acaso, al igual que sus desventurados defensores, no ha existido gente traicionada, humillada, conquistada, asesinada de las más atroces maneras? ¿Es que todo ese dolor imaginario, si se hace bien - y Erikson lo hace estupendamente - no puede ser tan real como la realidad misma? ¿No son reales los sentimientos que despierta en el lector?, ¿no es toda literatura imaginaria y, por tanto, intérprete más que espejo de la realidad?

He escuchado un montón de veces que a través de la lectura vivimos vidas que nunca serían posibles en nuestra limitada existencia. Para el que lee, la historia que el libro que tiene entre las manos le brinda puertas a otras almas y otros ojos, y lo que esos ojos ven y lo que esas almas experimentan se torna tan real y casi tan tangible como el mundo físico. Eso es cierto para cada género, pero, paradójicamente, a mí la Fantasía es el que me lo hace sentir con más intensidad, de una manera radicalmente real.


Mortal Sword, por Dejan-Delic



domingo, 27 de enero de 2019

TAG DE ARTE. 20: OBRA QUE ME TATUARÍA

La palabra tag no tiene un equivalente claro en castellano. Tal vez podría traducirse como etiquetado o, mejor aún, como cuestionario. Se basa en responder a unas preguntas (indirectas, por eso no viene a la cabeza la equivalencia con un cuestionario a la primera) sobre preferencias en un determinado tema.

Hace poco vi en Youtube varios de estos cuestionarios acerca de Historia del Arte. Fue ideado por La Gata Verde, una youtuber que tiene un canal dedicado a la Historia del Arte, y luego alcanzó gran difusión (éste es el original).

Como no grabo vídeos para Youtube pero la idea me resultó fascinante, aquí vengo dispuesta a desvelar mis preferencias en pintura de manera dosificada, explicando el porqué de mis elecciones. Dado que en el blog las entradas recientes se van colocando encima de las antiguas, comenzaré por la última cuestión e iré ascendiendo hasta la pregunta número 1.

Vamos allá sin más dilación.

20. OBRA QUE ME TATUARÍA: Ninfa de la Luna, de Ricardo Falero.




Lo cierto es que no me tatuaría nada, no me gusta la idea de marcarme el cuerpo de forma permanente pero, puestos a elegir, esta obra de Falero me parece divina. Ricardo Falero (1851-1896) fue un artista español desconocido y  menospreciado en su país de origen, hasta el punto de que no hay un solo cuadro suyo en nuestros museos. Sin embargo, en el extranjero se lo rifaban y estaba muy bien considerado. El cuerpo femenino fue una constante en sus cuadros.

Esta Ninfa de la luna me definiría bastante bien: soy soñadora, me encanta la magia, el sabor femenino que desprende el cuadro, todas las historias de fantasía que sugiere y la presencia del satélite, que disfruto contemplando durante las noches de verano. La delicadeza del dibujo y los colores y el tratamiento de la luz hacen de este cuadro una exquisitez. 

Sin embargo, no me gustan los tatuajes a color, prefiero el blanco y negro, así que el resultado sería éste:



No me digáis que no sería genial llevar esto tatuado en la espalda...

EL SILMARILLION. INSTRUCCIONES DE USO.

Tenía una espinita clavada con El Silmarillion. Me enamoré de El Señor de los Anillos desde que lo leí con dieciséis años, pero reconozco que no era el momento cuando tiempo después me enteré de que existía un libro en el que Tolkien exponía la cosmogonía de su mundo; no lo era porque aquel conocimiento vino acompañado de opiniones negativas sobre el mismo que lo catalogaban de tostón o ladrillo sin gracia. 

Sin embargo, no suelo rendirme ante comentarios de ese tipo sin intentarlo por mí misma, al menos con autores que me merezcan respeto, y desde luego, Tolkien me lo merece. Me pasó algo parecido con Estación de tormenta de Sapkowski, me lo leí y me encantó, y mi opinión desmintió a las ajenas. Entonces, ¿por qué no le di una oportunidad a El Silmarillion? Sí que se la di, pero de mala manera: hace años, cuando acababa de dejar atrás la adolescencia, me topé con un volumen escrito en valenciano en la biblioteca de mi pueblo y en un arranque de audacia y arrogancia nivel Fëanor me dije que con mis conocimientos del idioma podía leer algo de ese mismo señor que me había deslumbrado con ESDLA. ¡Craso error! No pasé de la canción de los Ainur, y devolví el libro derrotada, convirtiendo desde entonces mi historia con esta obra en un ejemplo bastante aceptable de profecía autocumplida: me habían advertido que era infumable y tras creérmelo me había enfrentado a él en malas condiciones, escasa fe y muchas reservas sólo para confirmar que se trataba en realidad de un libro infumable.

El tiempo iba pasando, y el puñetero Silmarillion se iba convirtiendo para mí en un fracaso y un límite cuando pretendía mantener una conversación sobre ESDLA, la obra que había supuesto para mí una auténtica epifanía. Esto era así porque siempre, en algún momento, salía alguien mentando a un tal Thingol, o hablando de Gondolin, o comparando la historia de amor entre Arwen y Aragorn con la de otro par de personajes, Beren y Lúthien, sin que yo pudiera hacer mucho más que pensar "Habla de Frodo, Aragorn, Gandalf, Éowyn o alguno de estos y deja de hacerte el listillo, condenado"; en esos momentos, casi podría haber jurado que escuchaba una irritante y remota risita, la del libro aquél escrito en valenciano, que se tronchaba de mi incapacidad desde su estantería.

Unos años después de mi primera y amarga derrota, Círculo de Lectores sacó entre sus novedades un libro de Tolkien, Los hijos de Húrin, logrando hacerme salivar de inmediato. Lo pedí y, tal como expliqué en otro artículo de este mismo blog, logré leerlo tras superar los primeros áridos capítulos donde se mencionaban unas genealogías absolutamente estomagantes y una batalla, la de las Lágrimas Innumerables, cuyo nombre juzgué muy adecuado, porque despertaban en mí ese mismo ánimo de oscura desesperación, aunque por diferentes motivos que a sus protagonistas (de hecho, lo poco que me quedó claro es que moría hasta el apuntador). Pasados estos escollos, la historia tenía la sombría belleza de una tragedia griega, y devoré cada una de las páginas con el alma sobrecogida de tristeza. Cuando compartí mi experiencia, recuerdo que alguien me dijo algo así como que esa misma historia estaba en El Silmarillion y que Christopher Tolkien estaba haciendo caja con un material publicado con anterioridad. Aquella revelación me dejó perpleja y contrariada: otra vez aparecía el dichoso libro de los libros, y yo volvía a escuchar su risa lejana; tal fue así que Los hijos de Húrin me dejó peor de lo que estaba, ya que me dio por pensar que como no había ovarios para enfrentarme a El Silmarillion, me tendría que conformar con historias parciales precedidas por horrorosas genealogías que otros dominaban sin problema.

Pasaré de puntillas sobre alto otro infructuoso intento con un pirático documento Word de cuyo origen no quiero acordarme (todos tenemos un pasado oscuro), para situarme en julio de 2013, cuando llegó a mis manos (regalo de cumpleaños elegido por mí misma) la versión en papel de Booket cuya portada encabeza este artículo. Ahí ya no había excusas que valieran: tenía el libro en mis manos, en castellano, y habría sido un deshonor no vencer lo que para mí se estaba convirtiendo en una absoluta "silmarillionofobia". Pues bien, han sido necesarios varios intentos más, pero hoy puedo decir, con orgullo, y también con satisfacción, la satisfacción de conocer una bellísima historia de proporciones épicas, que he leído el Silmarillion, que me he emocionado con muchas de sus páginas y que ya sé quiénes son Thingol, Beren, Lúthien, Eöl, Turgon, Fëanor, Melian, Míriel, Finwe, Ulmo, Idril Celebrindal, Fingolfin, Finrod Felagund, Mandos, Tuor y un buen puñado de personajes más. Y sí, es tan maravilloso como los "listillos" aseguraban, puede que incluso más.

Ahora bien, tras los brindis y para evitar que algún incauto se deje llevar por mi historia de superación, he de advertir que El Silmarillion no es un libro cualquiera, y no se puede afrontar de cualquier manera. Tendría que venir acompañado de unas instrucciones de uso, y dado que no las he visto escritas por ahí (no digo que no existan), no me queda más que proporcionarlas yo misma, o al menos dar una clave de lo que a mí me sirvió para transformar en placer el tormento que me supuso adentrarme en esta historia en mis primeras incursiones.


En primer lugar, SE DEBE ESTAR DISPUESTO A CONSULTAR LOS ANEXOS. Pues sí, los anexos de El Silmarillion son básicos. De hecho, hace poco me topé con este meme absolutamente real - aunque no por ello menos tronchante - que lo expone con honestidad absoluta.




Como Boromir afirma en el meme, "Uno no lee así como así El Silmarillion sin consultar el mapa, los nombres o la genealogía cada tres frases", y es una verdad incuestionable, así que recomiendo PACIENCIA SI AL PRINCIPIO SE ESTÁ MÁS PERDIDO QUE UN GATO EN UN GARAJE. Con el paso del tiempo y las páginas, y tras unas dos mil quinientas visitas al glosario, los nombres acaban sonando, los personajes acaban por ubicarse y se comienza a disfrutar de la lectura (y luego dicen que Malaz es lioso, si es que...).

Otra cuestión importante, relacionada con la anterior, es hacerse con una BUENA EDICIÓN, aunque lo cierto es que no es algo muy difícil siempre que sea en papel (desconozco cómo serán las ediciones digitales y las facilidades que prestarán al constante trasiego entre texto y anexos): la mía de Booket estaba bastante bien, aunque tuve que acostumbrarme a usar, al menos, dos puntos de lectura, una costumbre que he reeditado con Malaz. En los anexos de El Silmarillion se ofrecen las siguientes informaciones:




Genealogías de varios linajes de elfos y hombres; en total son cuatro y puedo asegurar que son más de dos y de tres veces que resulta necesario ubicar a alguien en el árbol genealógico. La que más usé yo fue la del linaje de Finwë, como creo que le pasará a la mayoría. Al parecer, el señor de los Noldor consideraba que la raíz fin- (cabellos) era ideal para componer nombres élficos: los dos hijos habidos de su segundo matrimonio se llaman Fingolfin y Finarfin, pero es que el primogénito de Fingolfin se llama Fingon y el de Finarfin, Finrod, así que el lío está servido y bien servido. El resto de nombres de esta magna obra tienen un sentido del humor parecido. Premio especial a la originalidad para Huor y Húrin, que siendo hermanos, coincidieron en formar el nombre de sus vástagos masculinos sustituyendo la H por una T, de lo que resultan Tuor y Túrin (se nota el desgaste del maestro Tolkien en poner nombres a estas alturas de la historia).

Esquema de las familias élficas: Uno de mis intentos frustrados fracasó precisamente en el momento en que Tolkien comienza a exponer todas las clases en que se dividen los Primeros Nacidos: los hay que salen de Cuiviénen para hacer el Gran Viaje y los hay que no; están los que llegan a Valinor (divididos en tres grupos), los que lo intentan pero se pierden, los que salen pero no se atreven a cruzar las Montañas Nubladas y se vuelven, los que salen y se quedan abandonados en la costa... y a cada grupo se le llama de una manera (o de varias). Un caos, vamos. Por eso se hace necesario el dichoso esquemita hasta que ya se domina la materia.

Glosario de nombres: Imprescindible, por varias razones. En primer lugar, no todos los personajes aparecen en los árboles genealógicos, y a veces no viene mal refrescar la identidad de alguno de ellos. En segundo lugar, porque también contiene nombres de objetos (como espadas) y lugares (esto último se agradece cuando buscas desesperadamente el nombre de un sitio en un mapa y no aparece, o no se ve aunque se tenga delante, lo cual al menos a mí me pasó en más de una ocasión).

Mapa de Beleriand: ¡Ay, Beleriand, Beleriand! Me costó darme cuenta de que no era la misma Tierra Media que aparecía en ESDLA, y es que el límite oriental del territorio que aparece dibujado en El Silmarillion se corresponde aproximadamente con el límite occidental de la Tierra Media a que un lector de ESDLA está habituado o, lo que es lo mismo, no busquéis Gondor, Rohan, Mordor o la Comarca en Beleriand porque no aparecen, están más allá de las Montañas Azules (Ered Luin en fino, digo..., en sindarin que, para que nos entendamos, es la menos "fina" de las lenguas élficas). ¿Y esto por qué? ¿Qué pasa con Beleriand para que su lugar aparezca ocupado por el mar en tiempos de Frodo y Aragorn? (Ojo, destripamiento argumental, me niego a usar la palabreja importada de la lengua inglesa) Pues resulta que a finales de la Primera Edad hay una batalla de las que no son para tomárselas a broma que provoca un cataclismo de proporciones bíblicas, y toda Beleriand (excepto la región de Lindon) queda sumergida bajo las aguas. Pues bien, al igual que el resto de apéndices, los mapas son imprescindibles; en mi edición aparece otro en mitad del texto que también visité a menudo, en el que se refleja el reparto de Beleriand entre los príncipes elfos (básicamente, los Noldor y Thingol). 

Significado de prefijos y sufijos élficos: No es que se imprescindible, pero resulta curioso y hace que te introduzcas con más facilidad en la historia. Te permite incluso componer tus propios nombres élficos.

De lo anteriormente expuesto se desprende que El Silmarillion no puede considerarse lectura ligera (ni siquiera creo que lo hiciera Hermione).




A pesar de lo que lo he disfrutado, nunca lo recomendaría para una lectura de playa, y ni tan siquiera afirmaría que sea un libro que pueda leerse del tirón. Al contrario, considero positivo TOMARSE DESCANSOS, siempre y cuando éstos no sean tan dilatados que se pierda el hilo. Dependerá, por supuesto, de personalidades; sé que hay gente a la que no le gusta llevar varias obras al mismo tiempo, pero si no se tienen problemas al respecto, no iría mal de vez en cuando dedicarse un rato a algo más ligero.


Otro consejo que al menos a mí me va muy bien, y no sólo para leer El Silmarillion, sino para cualquier otro libro e, incluso, para estudiar Historia, es PONERLES CARA A LOS PERSONAJES. La última comparación no la he realizado al azar, porque esta obra es, en realidad, la Historia de los Días Antiguos, y un nombre resulta mucho más fácil de retener y de distinguir de otros si lo asociamos a una imagen. Asimismo, CONTEMPLAR ILUSTRACIONES DE ESCENAS DESCRITAS EN EL LIBRO puede ser de mucha ayuda a la hora de imaginar y también de fijar en la memoria las hazañas de un determinado personaje. No va a resultar tan fácil como en el caso de ESDLA, en el que ya existen adaptaciones cinematográficas, pero hay un montón de artistas que han basado parte de su obra en este libro, así que hay muchas versiones de personajes y escenas circulando por Internet, tanto de ilustradores reconocidos cuyas aportaciones fueron usadas en las ediciones de la obra como otros que lo hacen por libre. Aquí van unos pocos ejemplos:



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Thingol y Melian, embebidos el uno en el otro, estado en el que permanecerían durante muchos años tras su primer encuentro en Nan Elmoth.


Eöl, el Elfo Oscuro. Un personaje trágico que me encantaba y me producía rechazo a un tiempo. Su apasionada defensa de la libertad y la independencia para sí mismo choca con el trato que dispensa a su familia.



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Fingon rescata a Maedhros ayudado por Thorondor.



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Túrin Turambar portando a Anglachel, la espada forjada por Eöl y que tantos disgustos le trajo.


Imagen relacionada
Beren encuentra a Lúthien, por Elena Kukanova. ¿No os recuerda a otra pareja de ESDLA?


Imagen relacionada
El juramento de Fëanor y sus hijos, origen del conflicto que narra la novela.




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El último día de Númenor





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Enfrentamiento entre Fingolfin y Morgoth, una escena épica que logra hacerte un nudo en la garganta.



Tuor contempla la ciudad de Gondolin



Y así podría seguir y seguir, pues si algo tiene El Silmarillion son historias fascinantes que merecen ser leídas, pintadas y contadas. Es en verdad un enorme universo, el que vivía en la mente y el alma de Tolkien.

A pesar de todo, quien lo lea ha de estar avisado de que SU ESTILO NO ES EL DE UNA NOVELA MODERNA. Por el contrario, a menudo resulta rígido, alambicado, yo diría que incluso un poco torpe. Probablemente se trate de algo intencionado y lo que Tolkien pretendía era narrar una leyenda como se hacía antaño, ofreciéndonos una crónica medieval o una saga que recordara a las grandes sagas nórdicas, el relato de hechos admirables y épicos en los que no se presta demasiada atención a todos aquellos elementos que configuran una novela tal y como la definimos actualmente: descripciones de espacios, descripciones sutiles de personajes, diálogos, monólogos internos, etc. 

Sin embargo, mi opinión es que al maestro le faltó tiempo y tal vez energía para culminar su obra magna: creo recordar que fue en el libro J.R.R. Tolkien, preguntas frecuentes y no tan frecuentes (en el que se editaban cuestiones tratadas en los foros de la página web El fenómeno) donde leí que, a pesar de haber trabajado arduamente en este proyecto, el creador de la Tierra Media no estaba seguro de la viabilidad de su publicación; de hecho, murió sin verlo publicado. Así las cosas, a veces me daba la impresión de que El Silmarillion está en "modo borrador", y eso creo que es un factor más de su dureza y de que haya gente a la que se le ponga cuesta arriba. 

A pesar de lo atípico de El Silmarillion, o precisamente a causa de ello, la historia de los Días Antiguos tiene encanto: el sabor añejo y legendario de las viejas historias cantadas por un trovador junto a la chimenea del castillo, la grandeza épica de las grandes tragedias. Es, asimismo, el reflejo más puro del espíritu del autor inglés, la obra que recogió sus preguntas acerca del destino, la naturaleza humana y la muerte. Que esté cargado de pesimismo, que sea confuso o difícil, no es más que la metáfora perfecta de su esencia.

Y para terminar, un par de chistes visuales a modo de recompensa tras haber completado la lectura de tan esforzada obra.